Pepe Ribas, fundador de la revista Ajoblanco, que va ser molts anys la publicació contracultural espanyola de referència, ha viscut aquestes jornades des del principi, en els escenaris en què han transcorregut, dialogant amb els seus participants. Aquesta és la crònica personal de les seves vivències, en què intenta plasmar el complex entramat d'idees i actituds darrere del moviment, sense dissimular la seva simpatia pels indignats urbans. Les raons del cansament són evidents i les acampades es consoliden, Internet és el mitjà; alguna cosa nova ha nascut i serà contagiós ... Avui, quan estem a punt de fer fallida, l'única esperança és un relleu generacional en totes les esferes del poder.
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INDIGNADOS
Sorpresa. Se puede decir en voz alta; las redes sociales y el comportamiento cívico de la juventud han transformado el espacio público en despertador de conciencias. No hay vuelta atrás. Los asuntos que implican a toda la ciudadanía ya no sólo son y serán debatidos en foros cerrados por políticos de profesión, y amplificados hasta la saciedad por los medios decomunicación convencionales. Ha nacido, o renacido, la polis. La plaza pública. La acampada en red, donde en asamblea libre se dialoga sobre asuntos que nos atañen a todos. Una estructura de corazones revitalizados y mentes unidas motiva, ilusiona, da voz a los problemas comunes. La práctica, la capacidad deorganización, la complicidad provoca que una chica en su turno de palabra afirme: “He aprendido más en diez días que en años de un sistema educativo que no me ha enseñado a pensar”. El ciudadano corriente, no sólo el joven, expresa sus ideas en orden y libertad, se organiza, y sabe comportarse, en las diferentes tareas que conlleva un movimiento horizontal, sin líderes ni jerarquía, con una diligencia sorprendente.
Derecha, izquierda: dos palabras gastadas por el tiempo y la impostura que usan los antiguos en su ficción de realidad. “Vivimos la pérdida de sentido de las ideologías que ya no funcionan. En las plazas hay ideas vivas, respeto, sensatez, y nadie necesita una bandera ni un ismo. Cada persona es un mundo, cada persona tiene su idea”. La ley electoral consolida la oligarquía de partidos y la corrupción generalizada. “No a los privilegios de unos pocos, sí a la participación de todos”. El sistema está agotado desde hace tiempo, y en todas las plazas se exige que cambie, que se renueve. “Es injusto que unas agencias de deuda, que nadie ha elegido democráticamente, califiquen a los países, cuando son ellas y sus cómplices las que han hundido la economía real, jugando a un capitalismo financiero, que ha quebrado”.
Muchos creían que la juventud estaba anestesiada, desmotivada, adocenada. La posmodernidad, el fin de la historia, el hedonismo y el no hay alternativa posible a los mercados parecía haberlos colocado, sin más opción, en una situación de pasotismo existencial irremediable. Pero de golpe, en un plis-plas, las ideas previas de los cínicos se desmoronan, los juicios de valor desconectados del malestar imperante y del hartazgo se los lleva un huracán. “Lo llaman democracia y no lo es. Ole, ole”. Fue el primer grito; el deseo enorme de colaboración y la generosidad, la chispa que incendió la llama. Lo que va a llegar ni es fácil ni será inmediato. Jóvenes y no tan jóvenes, mujeres y hombres que buscaban participar y no sabían cómo, se han mirado a los ojos, se han reconocido y se han puesto a hablar de lo que condiciona nuestra forma de vida y el ser como persona. Habrá un antes y un después. Y los que no lo quieren ver que abran bien los ojos. Los cambios que se avecinan no hay quien los pare.
EFECTO LLAMADA
En más de sesenta ciudades del Estado, diferentes plataformas sociales habían convocado a través de la red una protesta de indignados por el panorama político, económico y social, por la corrupción y por la indefensión del ciudadano. “Toma la calle. ¡Democracia real YA! No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. Asisten decenas de miles de personas: éxito de participación.
La manifestación de Madrid acaba con cargas de la policía y carreras. Pequeños grupos se congregan en Tirso de Molina, en Callao, en Lavapiés, debaten en la calle, entran en Twitter y en Facebook. Miguel es un joven de menos de treinta, no quiere protagonismo, su turno como portavoz pasó y se ha integrado en la comisión de asuntos legales. Asistió a la manifestación del 15-M en Madrid: “Estábamos hartos y no queríamos que se convirtiera en una manifestación más”.
Entrada la noche, fue a Sol con pocos colegas y un megáfono, encuentran a otros compañeros dispersos que no conocen. Sabor agridulce y hartazgo de actos efímeros que no llevan más que a dieciocho detenciones y a titulares de periódico, que rápidamente acaban en el vertedero. Un espontáneo propone. “¿Y si nos quedamos en la plaza y hacemos algo permanente?”. Van en busca de sacos de dormir y de cartones. Envían más mensajes. Unos traen agua, comida, esterillas para acolchar el cemento. A otros les preocupa el orden, la limpieza. “No nos conocíamos, pero nos une la disconformidad con un mundo autoritario y caduco que no escucha al ciudadano y que ha sentenciado a los jóvenes a no ser más que trabajo temporal a seiscientos euros, con suerte”, dice un treintañero, harto de la inestabilidad y de culparse por no encontrar trabajo, cuando no lo hay. “Son ellos los que se han enriquecido con la burbuja inmobiliaria y la farsa democrática”, replica otro. Mientras, una joven comenta con los compañeros en el otro extremo: “Llevo toda la vida estudiando, estoy preparada y lo único que quiero es ejercer la profesión que he elegido y participar en la vida pública”.
Llega la policía. Alba, una joven abogada, manifiesta: “Vamos a negociar”. Se acerca a los agentes, entre sonrisas, para explicar que no quieren problemas. Los policías piden que devuelvan el material de una obra, para que nadie les pueda acusar de robo. Y se fueron. Primera victoria. Grupos de personas
desconocidas discuten como organizar la noche.
Twitter y Facebook no paran. Fotos, grabaciones, vídeos. La noticia recorre el país. Se convoca una asamblea a las ocho de la tarde. Mil personas toman Sol y se sientan en círculo. Están dispuestos a quedarse hasta el día de las elecciones.
Nace Indignados. Hablan de la dejación de funciones de los políticos, del impuesto sobre el flujo de capitales o tasa Tobin, de la independencia del poder judicial, del ahorro que supondría la supresión del Senado y las diputaciones, de cómo solucionar el paro, del derecho a una vivienda digna, de internet como arma de lucha para la democracia participativa. Estos temas no aburren, más bien apasionan, como el fútbol o las copas. Empiezan los vivos debates en torno a otro mundo posible. Se crean comisiones.
Cunde el ejemplo. A las 10.30 de la noche del mismo lunes 16, se constituye la acampada en plaza Catalunya, en Barcelona. “La plaza es un espacio libre y pacífico”. Nace la asamblea, se crean tres comisiones: comunicación, logística y arte. Ciento cincuenta personas se quedan. Otras ciudades se contagian.
Sol, horas más tarde. Trescientos se han quedado a dormir bajo chamizos. Cinco de la madrugada: llega la policía para desalojarlos. No hay carreras, no hay pánico. Son valientes y se juntan, en clara actitud de resistencia pacífica, sin insultos. Unos agarran a otros, se sientan en el suelo como Gandhi, levantan las manos. “Menos policía, más educación”. Los policías estiran brazos, tratan de arrastrarlos; los compañeros se abrazan y ayudan entre ellos, algunos acaban en los furgones, pero no se achantan. Una mujer joven grita: “Sol es Cañada Real y tenemos derecho a dormir tres noches”. El aplomo de los jóvenes, la actitud pacífica, el civismo y la forma de negociar sorprende a los policías, que no son demasiados. Forcejeo. Más Twitter. Efecto llamada. A las ocho de la noche del martes, en Sol, hay más de diez mil personas. Ya funciona una de las comisiones más sorprendente, la de infraestructuras. Se necesitan electricistas, carpinteros y muchos voluntarios para que el campamento funcione.
La mecha prende. Llegan voluntarios con ideas y materiales. Bomberos, arquitectos, parados, abogados, ingenieros, restauradores, trabajadores, estudiantes. Gente que se levanta, va al trabajo y, cuando sale, va a la plaza a mantener y agrandar el campamento. Organizan guarderías, el comedor, la megafonía, la higiene, le recogida de basura, los baños, el servicio antiincendios... El espontáneo liderazgo horizontal de los primeros días es inaudito, y lo que sigue, admirable. Las acampadas se consolidan, las redes se saturan. Internet es el medio; la ética de cada ser humano libre y sin miedo el mensaje. Ha nacido algo nuevo.
LAS PLAZAS FUNCIONAN
Las razones del hartazgo son evidentes y la espontánea corriente que despiertan ha electrocutado al país real a la velocidad del rayo. El rizoma se ha extendido como un magma imparable que inventa, da ejemplo y exige otro mundo posible. Estamos en el inicio de un nuevo humanismo, que conllevará necesariamente un cambio poderoso en la estructura que mueve el barrio, el municipio, la autonomía, el Estado, Europa y el mundo. El efecto va a ser contagioso, y varios países se revolverán por dentro. Otros lo han hecho ya. Así empieza y se escribe la historia. Qué fue si no la Revolución Francesa. Pero no. Estamos aún en Spanish revolution.
La Junta Electoral Central prohíbe las acampadas en todo el territorio durante la jornada de reflexión, dos días antes de las elecciones, cuando ya están creadas las comisiones, los grupos de trabajo funcionan y también se piensa en barrios, pueblos y ciudades periféricas. Los violentos han desaparecido, los radicales no se exceden y la responsabilidad y el civismo en las acampadas resulta sobrecogedor y contagioso. Ningún partido ha conseguido infiltrase, nadie habla de los partidos existentes ni de la democracia delegada. Esa democracia que sobrevive porque maneja los medios para movilizar voluntades en favor del poder que acaparan.
En las acampadas no hay personalidades ni personajes. Se celebran asambleas en todas las ciudades, sin coordinar la estructura, y los acampados deciden en todas, por abrumadora mayoría, quedarse a reflexionar unidos. Tampoco hay partidismo en esta nueva forma de entender la polis. Los que quieran votar que voten y los que no, pues que no lo hagan. Nadie sabe si va a haber masacre. Las plazas se llenan de gente. Cuarenta mil en Madrid, ocho mil en Barcelona, en las demás ciudades también acude la gente. TVsol, saturada, consigue más de un millón de visitas en internet. No ocurre nada. El civismo sólo lo quebrará, días después, el nuevo conseller de Interior de la Generalitat de Catalunya, cuando el 25 de mayo decide machacar a palos la asamblea de Barcelona y la de Lleida, sin escuchar siquiera a la comisión jurídica. Y se arma la gorda. Los acampados catalanes muestran la misma actitud pacífica, valiente y decidida que caracteriza al movimiento. “No a la violencia”. Solidaridad instantánea en todo el Estado. Las plazas se unen en solidaridad con Barcelona. La ciudadanía de cualquier lugar, sin excepciones, da, una vez más, un ejemplo a los políticos por su responsabilidad y su civismo coral. Y el día del triunfo del Barça, una cadena humana impresionante impide el acceso a la plaza de los violentos y de la policía. Mientras, en Madrid, una independentista lee en catalán una declaración de la asamblea de Barcelona y es aclamada. “Queremos muchas lenguas”.
Sin duda, estamos manejados por unos políticos que no saben responder a las nuevas formas de hacer política ni a la imaginación de los jóvenes. Desde hace tiempo, han perdido la hegemonía cultural de las ideas democráticas, además de haber olvidado lo que es la democracia formal de las instituciones, y la ética. Ellos, sencillamente, van a lo suyo. Sin atender. Sin ver. Sin escuchar. Pero la verdad de los hechos ha quedado registrada en las muchas cámaras que transmitieron los incidentes en directo; y en las cabezas de todos los que han visto las imágenes, la huella no se va a olvidar en años. La clase política sale más desprestigiada aún, y muchos medios de comunicación cultivan el descrédito sin pensar en sus consecuencias. Muchas, muchas personas me han comentado espontáneamente que lo sucedido en la plaza y en la prensa les ha recordado otra época. Son demasiados años de democracia imperfecta sin el menor síntoma de regeneración desde dentro del poder, aferrados a la idea de que los resfriados pasan. Sin embargo, en el sistema democrático español hay preeminencia total del ejecutivo sobre el legislativo y el judicial. La mayor parte de las fuerzas de poder real que están organizadas, en cualquier campo, carecen de democracia interna. La nueva conciencia política frente a la corrupción, la incompetencia, la ineficacia, el paro, la crisis de las pensiones, llevaba años germinando. Hoy, cuando estamos al borde de la quiebra, la única esperanza es un relevo generacional en todas las esferas del poder, como ocurrió en tiempo de la transición. La gente que hoy ocupa las plazas ha de aprender a gestionar lo público y la sociedad civil, democráticamente, en tiempo récord. Ahí sí hay esperanza y ansias de renovación.
ESCUELA DE DEMOCRACIA
Las decisiones se toman en asamblea, y todas las asambleas están conectadas a las redes sociales, que estos días se han transformado en canal temático. No hay cargos, no hay líderes, hay ideas y unos buzones donde los ciudadanos depositan las propuestas que los dinamizadores, de forma transparente, recogen para la asamblea o para las diferentes comisiones y grupos de trabajo que han ido surgiendo y que ya abarcan todos los campos. Corazón significa tener en cuenta a los demás. El trabajo voluntario en las plazas es agotador. Pero un gesto del compañero revitaliza. Tesón y conciencia a raudales.
Iván fue uno de los primeros portavoces de la comisión de comunicación de Sol. Tiene 36 años, estudió periodismo y trabaja en audiovisuales. “Hemos creado un sistema político espontáneo y apartidista. Se trata de elaborar propuestas consensuadas por todos. La comisión de política a corto plazo está tratando la reforma de la ley electoral, la efectiva separación de poderes, los mecanismos de participación ciudadana. Con internet es muy fácil generar una participación efectiva mediante referéndums y el DNI electrónico. También la eliminación de los privilegios de la clase política y el control de las entidades bancarias. En muy poco tiempo, en la Comunidad de Madrid ya hay más de ciento cincuenta asambleas de barrio constituidas. Los domingos se reúnen, y los portavoces elegidos se renuevan. Hay conciencia de que hay que crear una estructura central que coordine. No es fácil generar una orientación unitaria. Las conciencias van desde los que quieren la reforma inmediata de la ley electoral hasta los que están en contra del sistema. Unos y otros deberemos aprender a dialogar hasta alcanzar el acuerdo que se traduzca en puntos concretos. Y llegará. Hay voluntad.
Un portavoz de Zaragoza aclara: “Durante la transición se tomaron su tiempo para elaborar consensos, legalizaciones y redactar la Constitución, y lo hicieron muy pocos en nombre de muchos. Nosotros somos horizontales. Nadie representa más que a sí mismo. Hay que escuchar. Y esto exige su tiempo. La sociedad de la prisa busca líderes, exige propuestas concretas en veinte días. Han enloquecido. Lo que está en juego es importante y no vamos a caer en su trampa”. En Valencia, ocuparon de forma pacífica un banco. “Los bancos son impunes a todo. La gente les tiene miedo porque está su dinero. Si un ciudadano en paro pierde su casa por no pagar la hipoteca, ¿cómo puede la Hacienda Pública rescatar bancos en quiebra por especular de forma equivocada? Hay que concienciar a la gente en favor de la banca ética”.
Una directora de teatro, miembro de la comisión de consenso de mínimos, cuenta que al principio no se lo podía creer. “Creía que nunca iba a ver una cosa así. Ahora pienso que hay que quedarse en la plaza hasta que todos los políticos corruptos declarados se vayan. He visto a gente muy válida salir del trabajo y esperar turno cuatro horas en la asamblea hasta hacer su propuesta. En la comisión detectamos mucha dispersión en las propias capacidades de las personas comprometidas. La idea es aglutinar los grupos de trabajo, juntar todas las propuestas, y para las más demandadas, estudiar la viabilidad de una iniciativa popular. Se requieren 500.000 firmas, revalidadas por notario, y una propuesta de ley redactada. Y mucha sensatez. Un movimiento asambleario de esta magnitud requiere tiempo. Es lógico que aún oscile”.
Gala es barcelonesa, de Democracia Real Ya. “Los sindicatos están en decadencia y no queremos bipartidismo. Hay que acabar con los privilegios políticos y controlar qué se hace con el dinero público. Ahora lo más importante es la práctica, aceptar la diversidad, la complicidad y lacapacidad de organización. Mi ciudad, muy combativa en el pasado, ha vuelto a salir a la calle. El 15, trataremos de impedir que los parlamentarios entren en el Parlament para que no puedan aprobar los recortes sociales. Y el 19, la calle será nuestra”.
A lo largo de estos días he visto algo nuevo en los gestos, en las miradas, en la plasmación de la revuelta. Una actitud que enamora, que fascina y que te arrastra dentro del movimiento. Se resume en tranquilidad pacífica ante cualquier situación, voluntad de escuchar y decisión. Nunca como hasta ahora he creído posible un cambio radical aquí y en todas partes. Hay hartazgo. Y sé que comparto con muchos de ustedes la renacida esperanza. Hace ya años, en abril de 1994, elaborando el dossier Por qué España no es una democracia, junto a García Trevijano, José Luis Sampedro y Aranguren, este último, unos de los pocos intelectuales que he seguido por su actitud ética, escribió: “Cuando lleguemos realmente a tocar fondo, puede que los jóvenes se convenzan de que este camino ya está agotado y adopten una posición de rebeldía. Es cuestión de esperar a que los valores económicos que ahora imperan se hundan definitivamente para que los jóvenes empiecen a crearse su propia ética y rescaten o reconstruyan los valores sociales, culturales y políticos, que ahora no existen”.
Nos espera una lucha larga y laboriosa.
Sorpresa. Se puede decir en voz alta; las redes sociales y el comportamiento cívico de la juventud han transformado el espacio público en despertador de conciencias. No hay vuelta atrás. Los asuntos que implican a toda la ciudadanía ya no sólo son y serán debatidos en foros cerrados por políticos de profesión, y amplificados hasta la saciedad por los medios decomunicación convencionales. Ha nacido, o renacido, la polis. La plaza pública. La acampada en red, donde en asamblea libre se dialoga sobre asuntos que nos atañen a todos. Una estructura de corazones revitalizados y mentes unidas motiva, ilusiona, da voz a los problemas comunes. La práctica, la capacidad deorganización, la complicidad provoca que una chica en su turno de palabra afirme: “He aprendido más en diez días que en años de un sistema educativo que no me ha enseñado a pensar”. El ciudadano corriente, no sólo el joven, expresa sus ideas en orden y libertad, se organiza, y sabe comportarse, en las diferentes tareas que conlleva un movimiento horizontal, sin líderes ni jerarquía, con una diligencia sorprendente.
Derecha, izquierda: dos palabras gastadas por el tiempo y la impostura que usan los antiguos en su ficción de realidad. “Vivimos la pérdida de sentido de las ideologías que ya no funcionan. En las plazas hay ideas vivas, respeto, sensatez, y nadie necesita una bandera ni un ismo. Cada persona es un mundo, cada persona tiene su idea”. La ley electoral consolida la oligarquía de partidos y la corrupción generalizada. “No a los privilegios de unos pocos, sí a la participación de todos”. El sistema está agotado desde hace tiempo, y en todas las plazas se exige que cambie, que se renueve. “Es injusto que unas agencias de deuda, que nadie ha elegido democráticamente, califiquen a los países, cuando son ellas y sus cómplices las que han hundido la economía real, jugando a un capitalismo financiero, que ha quebrado”.
Muchos creían que la juventud estaba anestesiada, desmotivada, adocenada. La posmodernidad, el fin de la historia, el hedonismo y el no hay alternativa posible a los mercados parecía haberlos colocado, sin más opción, en una situación de pasotismo existencial irremediable. Pero de golpe, en un plis-plas, las ideas previas de los cínicos se desmoronan, los juicios de valor desconectados del malestar imperante y del hartazgo se los lleva un huracán. “Lo llaman democracia y no lo es. Ole, ole”. Fue el primer grito; el deseo enorme de colaboración y la generosidad, la chispa que incendió la llama. Lo que va a llegar ni es fácil ni será inmediato. Jóvenes y no tan jóvenes, mujeres y hombres que buscaban participar y no sabían cómo, se han mirado a los ojos, se han reconocido y se han puesto a hablar de lo que condiciona nuestra forma de vida y el ser como persona. Habrá un antes y un después. Y los que no lo quieren ver que abran bien los ojos. Los cambios que se avecinan no hay quien los pare.
En más de sesenta ciudades del Estado, diferentes plataformas sociales habían convocado a través de la red una protesta de indignados por el panorama político, económico y social, por la corrupción y por la indefensión del ciudadano. “Toma la calle. ¡Democracia real YA! No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. Asisten decenas de miles de personas: éxito de participación.
La manifestación de Madrid acaba con cargas de la policía y carreras. Pequeños grupos se congregan en Tirso de Molina, en Callao, en Lavapiés, debaten en la calle, entran en Twitter y en Facebook. Miguel es un joven de menos de treinta, no quiere protagonismo, su turno como portavoz pasó y se ha integrado en la comisión de asuntos legales. Asistió a la manifestación del 15-M en Madrid: “Estábamos hartos y no queríamos que se convirtiera en una manifestación más”.
Entrada la noche, fue a Sol con pocos colegas y un megáfono, encuentran a otros compañeros dispersos que no conocen. Sabor agridulce y hartazgo de actos efímeros que no llevan más que a dieciocho detenciones y a titulares de periódico, que rápidamente acaban en el vertedero. Un espontáneo propone. “¿Y si nos quedamos en la plaza y hacemos algo permanente?”. Van en busca de sacos de dormir y de cartones. Envían más mensajes. Unos traen agua, comida, esterillas para acolchar el cemento. A otros les preocupa el orden, la limpieza. “No nos conocíamos, pero nos une la disconformidad con un mundo autoritario y caduco que no escucha al ciudadano y que ha sentenciado a los jóvenes a no ser más que trabajo temporal a seiscientos euros, con suerte”, dice un treintañero, harto de la inestabilidad y de culparse por no encontrar trabajo, cuando no lo hay. “Son ellos los que se han enriquecido con la burbuja inmobiliaria y la farsa democrática”, replica otro. Mientras, una joven comenta con los compañeros en el otro extremo: “Llevo toda la vida estudiando, estoy preparada y lo único que quiero es ejercer la profesión que he elegido y participar en la vida pública”.
Llega la policía. Alba, una joven abogada, manifiesta: “Vamos a negociar”. Se acerca a los agentes, entre sonrisas, para explicar que no quieren problemas. Los policías piden que devuelvan el material de una obra, para que nadie les pueda acusar de robo. Y se fueron. Primera victoria. Grupos de personas
desconocidas discuten como organizar la noche.
Twitter y Facebook no paran. Fotos, grabaciones, vídeos. La noticia recorre el país. Se convoca una asamblea a las ocho de la tarde. Mil personas toman Sol y se sientan en círculo. Están dispuestos a quedarse hasta el día de las elecciones.
Nace Indignados. Hablan de la dejación de funciones de los políticos, del impuesto sobre el flujo de capitales o tasa Tobin, de la independencia del poder judicial, del ahorro que supondría la supresión del Senado y las diputaciones, de cómo solucionar el paro, del derecho a una vivienda digna, de internet como arma de lucha para la democracia participativa. Estos temas no aburren, más bien apasionan, como el fútbol o las copas. Empiezan los vivos debates en torno a otro mundo posible. Se crean comisiones.
Cunde el ejemplo. A las 10.30 de la noche del mismo lunes 16, se constituye la acampada en plaza Catalunya, en Barcelona. “La plaza es un espacio libre y pacífico”. Nace la asamblea, se crean tres comisiones: comunicación, logística y arte. Ciento cincuenta personas se quedan. Otras ciudades se contagian.
Sol, horas más tarde. Trescientos se han quedado a dormir bajo chamizos. Cinco de la madrugada: llega la policía para desalojarlos. No hay carreras, no hay pánico. Son valientes y se juntan, en clara actitud de resistencia pacífica, sin insultos. Unos agarran a otros, se sientan en el suelo como Gandhi, levantan las manos. “Menos policía, más educación”. Los policías estiran brazos, tratan de arrastrarlos; los compañeros se abrazan y ayudan entre ellos, algunos acaban en los furgones, pero no se achantan. Una mujer joven grita: “Sol es Cañada Real y tenemos derecho a dormir tres noches”. El aplomo de los jóvenes, la actitud pacífica, el civismo y la forma de negociar sorprende a los policías, que no son demasiados. Forcejeo. Más Twitter. Efecto llamada. A las ocho de la noche del martes, en Sol, hay más de diez mil personas. Ya funciona una de las comisiones más sorprendente, la de infraestructuras. Se necesitan electricistas, carpinteros y muchos voluntarios para que el campamento funcione.
La mecha prende. Llegan voluntarios con ideas y materiales. Bomberos, arquitectos, parados, abogados, ingenieros, restauradores, trabajadores, estudiantes. Gente que se levanta, va al trabajo y, cuando sale, va a la plaza a mantener y agrandar el campamento. Organizan guarderías, el comedor, la megafonía, la higiene, le recogida de basura, los baños, el servicio antiincendios... El espontáneo liderazgo horizontal de los primeros días es inaudito, y lo que sigue, admirable. Las acampadas se consolidan, las redes se saturan. Internet es el medio; la ética de cada ser humano libre y sin miedo el mensaje. Ha nacido algo nuevo.
Las razones del hartazgo son evidentes y la espontánea corriente que despiertan ha electrocutado al país real a la velocidad del rayo. El rizoma se ha extendido como un magma imparable que inventa, da ejemplo y exige otro mundo posible. Estamos en el inicio de un nuevo humanismo, que conllevará necesariamente un cambio poderoso en la estructura que mueve el barrio, el municipio, la autonomía, el Estado, Europa y el mundo. El efecto va a ser contagioso, y varios países se revolverán por dentro. Otros lo han hecho ya. Así empieza y se escribe la historia. Qué fue si no la Revolución Francesa. Pero no. Estamos aún en Spanish revolution.
La Junta Electoral Central prohíbe las acampadas en todo el territorio durante la jornada de reflexión, dos días antes de las elecciones, cuando ya están creadas las comisiones, los grupos de trabajo funcionan y también se piensa en barrios, pueblos y ciudades periféricas. Los violentos han desaparecido, los radicales no se exceden y la responsabilidad y el civismo en las acampadas resulta sobrecogedor y contagioso. Ningún partido ha conseguido infiltrase, nadie habla de los partidos existentes ni de la democracia delegada. Esa democracia que sobrevive porque maneja los medios para movilizar voluntades en favor del poder que acaparan.
En las acampadas no hay personalidades ni personajes. Se celebran asambleas en todas las ciudades, sin coordinar la estructura, y los acampados deciden en todas, por abrumadora mayoría, quedarse a reflexionar unidos. Tampoco hay partidismo en esta nueva forma de entender la polis. Los que quieran votar que voten y los que no, pues que no lo hagan. Nadie sabe si va a haber masacre. Las plazas se llenan de gente. Cuarenta mil en Madrid, ocho mil en Barcelona, en las demás ciudades también acude la gente. TVsol, saturada, consigue más de un millón de visitas en internet. No ocurre nada. El civismo sólo lo quebrará, días después, el nuevo conseller de Interior de la Generalitat de Catalunya, cuando el 25 de mayo decide machacar a palos la asamblea de Barcelona y la de Lleida, sin escuchar siquiera a la comisión jurídica. Y se arma la gorda. Los acampados catalanes muestran la misma actitud pacífica, valiente y decidida que caracteriza al movimiento. “No a la violencia”. Solidaridad instantánea en todo el Estado. Las plazas se unen en solidaridad con Barcelona. La ciudadanía de cualquier lugar, sin excepciones, da, una vez más, un ejemplo a los políticos por su responsabilidad y su civismo coral. Y el día del triunfo del Barça, una cadena humana impresionante impide el acceso a la plaza de los violentos y de la policía. Mientras, en Madrid, una independentista lee en catalán una declaración de la asamblea de Barcelona y es aclamada. “Queremos muchas lenguas”.
Sin duda, estamos manejados por unos políticos que no saben responder a las nuevas formas de hacer política ni a la imaginación de los jóvenes. Desde hace tiempo, han perdido la hegemonía cultural de las ideas democráticas, además de haber olvidado lo que es la democracia formal de las instituciones, y la ética. Ellos, sencillamente, van a lo suyo. Sin atender. Sin ver. Sin escuchar. Pero la verdad de los hechos ha quedado registrada en las muchas cámaras que transmitieron los incidentes en directo; y en las cabezas de todos los que han visto las imágenes, la huella no se va a olvidar en años. La clase política sale más desprestigiada aún, y muchos medios de comunicación cultivan el descrédito sin pensar en sus consecuencias. Muchas, muchas personas me han comentado espontáneamente que lo sucedido en la plaza y en la prensa les ha recordado otra época. Son demasiados años de democracia imperfecta sin el menor síntoma de regeneración desde dentro del poder, aferrados a la idea de que los resfriados pasan. Sin embargo, en el sistema democrático español hay preeminencia total del ejecutivo sobre el legislativo y el judicial. La mayor parte de las fuerzas de poder real que están organizadas, en cualquier campo, carecen de democracia interna. La nueva conciencia política frente a la corrupción, la incompetencia, la ineficacia, el paro, la crisis de las pensiones, llevaba años germinando. Hoy, cuando estamos al borde de la quiebra, la única esperanza es un relevo generacional en todas las esferas del poder, como ocurrió en tiempo de la transición. La gente que hoy ocupa las plazas ha de aprender a gestionar lo público y la sociedad civil, democráticamente, en tiempo récord. Ahí sí hay esperanza y ansias de renovación.
Las decisiones se toman en asamblea, y todas las asambleas están conectadas a las redes sociales, que estos días se han transformado en canal temático. No hay cargos, no hay líderes, hay ideas y unos buzones donde los ciudadanos depositan las propuestas que los dinamizadores, de forma transparente, recogen para la asamblea o para las diferentes comisiones y grupos de trabajo que han ido surgiendo y que ya abarcan todos los campos. Corazón significa tener en cuenta a los demás. El trabajo voluntario en las plazas es agotador. Pero un gesto del compañero revitaliza. Tesón y conciencia a raudales.
Iván fue uno de los primeros portavoces de la comisión de comunicación de Sol. Tiene 36 años, estudió periodismo y trabaja en audiovisuales. “Hemos creado un sistema político espontáneo y apartidista. Se trata de elaborar propuestas consensuadas por todos. La comisión de política a corto plazo está tratando la reforma de la ley electoral, la efectiva separación de poderes, los mecanismos de participación ciudadana. Con internet es muy fácil generar una participación efectiva mediante referéndums y el DNI electrónico. También la eliminación de los privilegios de la clase política y el control de las entidades bancarias. En muy poco tiempo, en la Comunidad de Madrid ya hay más de ciento cincuenta asambleas de barrio constituidas. Los domingos se reúnen, y los portavoces elegidos se renuevan. Hay conciencia de que hay que crear una estructura central que coordine. No es fácil generar una orientación unitaria. Las conciencias van desde los que quieren la reforma inmediata de la ley electoral hasta los que están en contra del sistema. Unos y otros deberemos aprender a dialogar hasta alcanzar el acuerdo que se traduzca en puntos concretos. Y llegará. Hay voluntad.
Un portavoz de Zaragoza aclara: “Durante la transición se tomaron su tiempo para elaborar consensos, legalizaciones y redactar la Constitución, y lo hicieron muy pocos en nombre de muchos. Nosotros somos horizontales. Nadie representa más que a sí mismo. Hay que escuchar. Y esto exige su tiempo. La sociedad de la prisa busca líderes, exige propuestas concretas en veinte días. Han enloquecido. Lo que está en juego es importante y no vamos a caer en su trampa”. En Valencia, ocuparon de forma pacífica un banco. “Los bancos son impunes a todo. La gente les tiene miedo porque está su dinero. Si un ciudadano en paro pierde su casa por no pagar la hipoteca, ¿cómo puede la Hacienda Pública rescatar bancos en quiebra por especular de forma equivocada? Hay que concienciar a la gente en favor de la banca ética”.
Una directora de teatro, miembro de la comisión de consenso de mínimos, cuenta que al principio no se lo podía creer. “Creía que nunca iba a ver una cosa así. Ahora pienso que hay que quedarse en la plaza hasta que todos los políticos corruptos declarados se vayan. He visto a gente muy válida salir del trabajo y esperar turno cuatro horas en la asamblea hasta hacer su propuesta. En la comisión detectamos mucha dispersión en las propias capacidades de las personas comprometidas. La idea es aglutinar los grupos de trabajo, juntar todas las propuestas, y para las más demandadas, estudiar la viabilidad de una iniciativa popular. Se requieren 500.000 firmas, revalidadas por notario, y una propuesta de ley redactada. Y mucha sensatez. Un movimiento asambleario de esta magnitud requiere tiempo. Es lógico que aún oscile”.
Gala es barcelonesa, de Democracia Real Ya. “Los sindicatos están en decadencia y no queremos bipartidismo. Hay que acabar con los privilegios políticos y controlar qué se hace con el dinero público. Ahora lo más importante es la práctica, aceptar la diversidad, la complicidad y lacapacidad de organización. Mi ciudad, muy combativa en el pasado, ha vuelto a salir a la calle. El 15, trataremos de impedir que los parlamentarios entren en el Parlament para que no puedan aprobar los recortes sociales. Y el 19, la calle será nuestra”.
A lo largo de estos días he visto algo nuevo en los gestos, en las miradas, en la plasmación de la revuelta. Una actitud que enamora, que fascina y que te arrastra dentro del movimiento. Se resume en tranquilidad pacífica ante cualquier situación, voluntad de escuchar y decisión. Nunca como hasta ahora he creído posible un cambio radical aquí y en todas partes. Hay hartazgo. Y sé que comparto con muchos de ustedes la renacida esperanza. Hace ya años, en abril de 1994, elaborando el dossier Por qué España no es una democracia, junto a García Trevijano, José Luis Sampedro y Aranguren, este último, unos de los pocos intelectuales que he seguido por su actitud ética, escribió: “Cuando lleguemos realmente a tocar fondo, puede que los jóvenes se convenzan de que este camino ya está agotado y adopten una posición de rebeldía. Es cuestión de esperar a que los valores económicos que ahora imperan se hundan definitivamente para que los jóvenes empiecen a crearse su propia ética y rescaten o reconstruyan los valores sociales, culturales y políticos, que ahora no existen”.
Nos espera una lucha larga y laboriosa.