20 de maig 2011

Stéphane Hessel crida a la indignació dels joves europeus


Avui hem llegit a classe una bona part del llibre de Hessel, "Indigneu-vos", que els alumnes de Segon de Batxillerat han acollit amb certa curiositat. La veritat és que se llig molt ràpid, no solament pel nombre de pàgines, unes 60 entre el pròleg de José Luis Sampedro i la cloenda de l'editor, sinó per la senzillesa d'un llenguatge entenedor, malgrat la complexitat de l'origen dels problemes de la vella Europa que estan deixant els nostres joves condemnats a un atur estructural i de llarga durada, provocat per l'especulació dels inversors, la manipulació de la mà invisible (oferta i demanda o altres coses noves) que havia de regular els mercats, així com la connivència dels poders públics occidentals amb les grans multinacionals i la gran banca causant dels desastres financers i les bombolles borsàries i immobiliàries que s'ha donat per tot arreu i han provocat la fallida de les economies estatals d'alguns països però, sobretot, i el que més ens importa, la fallida de moltes economies familiars i la frustració de molts projectes a curt i llarg termini...


"Morían antes los egoístas que los altruistas" (Stéphane Hessel, participó en la Declaración Universal de los Derechos Humanos).

Inma Sanchis. La Contra (La Vanguardia)

Contra la indiferencia
Último superviviente de las personas que hicieron posible la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un marco sólido por el que luchar, este veterano de la resistencia, que sobrevivió a la tortura y la deportación en el campo de concentración de Buchenwald, ha dedicado su vida como embajador de Francia a combatir los totalitarismos y las injusticias políticas y sociales. Con '¡Indignaos!', superventas en Francia, llama a la insurrección pacífica, sobre todo de los jóvenes, a no claudicar ante la dictadura actual de los mercados financieros que amenazan la democracia, a no permitir tanta injusticia. "Coged el relevo, ¡indignaos!, porque la peor actitud es la indiferencia".



Tengo 93 años. Nací en Berlín y vivo en París. Casado, 3 hijos, 8 nietos y 5 bisnietos. Apoyo a un nuevo grupo político, Europa Ecología Verdes, con Daniel Cohn-Bendit. Agnóstico convencido de que las diferentes culturas pueden convivir. Publico ¿¡Indignaos!¿ (Ed. Destino).


Hablemos de la suerte.
Yo soy un suertudo. He estado confinado en campos de concentración de los que me escapé en dos ocasiones, fui condenado a muerte..., pero he sobrevivido.

Era usted Greco, el espía.
Debía reorganizar la red de radios clandestinas para preparar la llegada del ejército aliado a Francia. La Gestapo me detuvo en julio de 1944, lo que significaba el fin de mi vida.

Se salvó por los pelos...
La noche antes de mi ejecución, gracias a Eugen Kogon, que llevaba tres años en Buchenwald trabajando con el jefe del hospital y lo convenció de que podría paliar su pena si salvaba a tres oficiales aliados.

¿Y cómo lo hizo?
Cuando tres jóvenes franceses moribundos fueron enviados al crematorio, lo hicieron con nuestra identidad.

Qué duro.
El día que cumplí 24 años me convertí en otro. Es una historia trágica, sí. Es duro sobrevivir a un muerto.Medejó un gran sentimiento de responsabilidad: considero que una vida ganada tiene que ser una vida comprometida, y todo lo que hago lo hago porque sobreviví.

¿Cree en el destino?
Sí, creo que cada uno de nosotros tiene la posibilidad de hacer algo con su vida que sea significativo no sólo para sí mismo, sino también para los demás.

¿Qué ha entendido del ser humano?
En los campos de concentración las personas reaccionaban de dos maneras: estaban los que luchaban por su vida, los que se protegían y lo querían todo para ellos; y estaban los que ayudaban a los demás.

¿Y?
Morían antes los egoístas que los altruistas. Y este es un mensaje para todos nosotros: hacer algo por los demás nos hace bien; sólo mirar por uno mismo nos hace caer, pero pensamos que es al contrario. Sé que lo que digo parece muy ético y moral, pero para mí fue una experiencia vital.

Con 92 años se fue con su mujer a la franja de Gaza.
Sí, justo después de la operación Plomo Fundido. Tengo la suerte de tener un cuerpo que funciona. Sólo me falta un ojo. Si me tapo el bueno, no la veo, pero con los dos veo su sonrisa y vi la destrucción que el ejército israelí hizo en ese pequeño territorio con una brutalidad insoportable para mí.

¿Producto del miedo?
Se consideran un país pequeño, democrático y moderno, rodeado de gente que se puede volver loca y provocar atentados, así que eligen políticos estúpidos que creen que se puede vencer mediante la fuerza. Pero lo inteligente sería ayudar a los palestinos a tener un Estado y trabajar conjuntamente, porque siempre van a estar ahí.

¿Qué virtud le ha ayudado en la vida, la alegría, la inteligencia, la valentía...?
Mi madre; una mujer excepcional, muy libre. “Tienes que ser feliz para que los demás sean felices”, me repetía, y yo hago lo que puedo.

Es usted jovial, lo ha conseguido.
La gente que me conoce me considera un optimista empedernido, y yo siempre les digo: he vivido muchos problemas y siempre se fueron resolviendo. Hemos vencido al nazismo, al fascismo, al franquismo, al estalinismo, y vamos a vencer también al bushismo, ja, ja, ja.

¿Ese es su caballo de batalla?
Sabemos que si seguimos con una explotación loca de los recursos en 50 años ya no se podrá vivir aquí en la Tierra. Y que la inmensa distancia que existe entre ricos y pobres no para de aumentar.

¿Qué entendió del ejercicio de la diplomacia?
Es lo contrario a hablar sin decir nada. La auténtica diplomacia dice lo que piensa a su gobierno y al gobierno con el que trabaja.

¿Qué ha aprendido de la muerte?
Yo soy goloso de la muerte, pienso que cuando venga, pronto, la acogeré como una amiga. Acabar la vida es algo maravilloso, ya ha durado suficiente, y no sabemos nada de la muerte, pero le puedo citar a Shakespeare.


En La tempestad él dice: “Estamos hechos de la misma materia que los sueños y nuestra breve vida cierra su círculo con otro sueño”. Me desperté ya hace mucho y un día me dormiré, y me gusta dormir.

¿Qué ha descubierto sobre sí mismo?
Que lo desagradable que me ha ocurrido se puede superar e incluso olvidar. No guardo recuerdos de lo queme hirió, guardo recuerdos de lo que funcionó, de lo que me alegró. Considero que para los problemas más graves de nuestro mundo actual podemos encontrar respuestas positivas. Por supuesto, muchos de mis amigos me llaman iluso.

¿La mejor herramienta para vivir?
Confianza y valor. Necesitamos confiar, en primer lugar en nosotros mismos, y después en los demás; y hay que saber que sólo funciona si ponemos también valor. Las dos cosas que tenemos que evitar son la indiferencia y la desesperación: aquello que probé y no funcionó y no volveré a probar.

¿Cuál es su consejo para los jóvenes?
Tened confianza, sed valientes, tenéis muchas cosas que hacer y más medios de los que nosotros tuvimos cuando éramos jóvenes, herramientas como internet para trabajar juntos como acaban de hacerlo los egipcios. ¡Adelante!
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El padre de los 'indignados' cree que no tener un líder puede ser un problema

El autor del libro 'Indignaos, Stéphane Hessel, matiza que no debería ser "un gran y enorme líder"
Elecciones 2011 (La Vanguardia), Barcelona. (EFE).-

Stéphane Hessel, autor del libro "Ingignaos", el libro de cabecera de muchos de los protagonista de las acampadas que hay estos días en España, considera que "no tener un líderdefinitivamente puede ser un problema" para este movimiento. En declaraciones a la emisora RAC1,Hessel ha dicho que "no estamos buscando un gran y enorme líder, que sería como una gran figura a la que todo el mundo debe obedecer, que es exactamente lo que acabamos de superar en la última década".

A su juicio, el movimiento de 'indignados' español debe contar con "líderes que nos convenzan de que los cambios son necesarios". En relación a las protestas de estos días, el nonagenario político ha comentado: "Ya está bien que salgan a la calle y que se quejen de cosas, pero aún es más importante saber por qué cambios de la sociedad están trabajando; y deben tener claro que no sólo deben estar en contra de algo, sino que también deben estar a favor de algo y que defiendan algo nuevo, algo esencial: más justicia y más respeto por la naturaleza y por nuestro planeta".

Hessel ha expresado su convencimiento de que los gobiernos buscan nuevos horizontes y no ha ocultado su confianza en el gobierno español, "un gran gobierno democrático, que sabrá entender en qué dirección deben continuar sus esfuerzos".

Para Hessel, "la ley es necesaria sólo cuando es legítima" y cuando deja de serlo "entonces se debe cambiar, pero no con violencia ni crispación, sino a través de una clara y tranquila negociación".
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JESÚS RUIZ MANTILLA 29/05/2011 (EL PAÍS)

Con 93 años, este diplomático francés, escritor y activista del progreso, ha inspirado a los jóvenes europeos, y con mucha fuerza a los españoles, bajo el lema de su libro: '¡Indignaos!'.

Sobre la mesa de su salón parisiense, Stéphane Hessel guarda un ejemplar de EL PAÍS en el que aparece una foto con jóvenes españoles indignados. Pertenece a los primeros días de la convocatoria de una ola de manifestaciones bajo el título de su libro, que va camino de vender 400.000 ejemplares en España y que ha alcanzado los dos millones en Francia.

Este chaval de 93 años apareció en el momento justo, con la palabra justa. Su único mérito ha sido recapitular. Colocar en alza valores que hoy están amenazados y que han costado años y décadas de lucha y sacrificio. Libertad, igualdad, justicia, legalidad, compromiso, derechos humanos. Palabras labradas a base de sangre y fuego, en su caso no con demagogia barata. Porque Hessel tiene sus razones para indignarse cuando vislumbra la amenaza de verlas desaparecer. No es un charlatán, ni un panfletario, aunque reivindique el género en el que Marx y Engels redactaron elManifiesto comunista -él no comulga con ello- o Zola lanzara su Yo acuso sobre el caso Dreyfus.

Nacido en Berlín en 1917, se convirtió en francés después de que sus padres huyeran de la amenaza nazi y se instalaran en París. Se enroló en la Resistencia, fue condenado a muerte y torturado por la Gestapo, pasó temporadas en varios campos de concentración y fue testigo de excepción en la histórica redacción de la Declaración de Derechos Humanos. Una vida y una altura moral más que suficientes para sacudir conciencias a nivel global. Un héroe civil, un agitador pacífico y con las ideas claras.


Miles de personas manifestándose en España al grito de "¡Indignaos!". Estará satisfecho. Su mensaje ha calado. Ya lo he visto. Me alegro. Cuando empezamos con la idea de este pequeño libro teníamos a Francia en la cabeza. Ocurrió que en pocas semanas se produjeron varios acontecimientos. La popularidad de Sarkozy se fue hundiendo, lo mismo ocurrió en Italia con Berlusconi, e incluso en España con Zapatero, y en Portugal con Sócrates. Antes de que se produjeran las revueltas del norte de África, la idea de que los Gobiernos de varias partes del mundo rozaban comportamientos que provocaban la indignación de la gente era algo que raramente habíamos visto.


Y le dio por escribir este discurso y convertirlo en libro. No es un trabajo literario, en absoluto. Queríamos lanzar algo corto y estimulante. Puede que hasta tenga faltas de sintaxis. La editora se sentó justo donde está usted ahora, yo empecé a hablar, lo redactó, me lo dio, lo corregimos y lo lanzamos.


Como una entrevista. Una pena para mí, podía haberme tocado, ya que estamos. Exactamente, así ocurrió. Lo digo porque surgió de manera natural, como una conversación. Y una vez en la calle corrió como la pólvora.


Es que hay mucha gente esperando un discurso que aglutine ciertos sentimientos. La palabra justa, la expresión que todos tienen en la cabeza. Esa indignación. Lo he podido comprobar, efectivamente. Pero el libro está basado en dos textos: el programa de la Resistencia, no muy bueno, pero escrito en el momento y en el lugar justos; cuando los franceses se sentían acorralados por un enemigo como los nazis. El otro es la Declaración Universal de los Derechos Humanos.


De la que usted fue testigo de excepción. Estuve allí cuando se redactó. Yo era demasiado joven para formar parte de ese grupo de 12 sabios, pero fui asistente. Les ayudé a organizar las reuniones, a redactar las actas. Los que estaban allí eran figuras de primer nivel en la esfera de la política y el derecho como la viuda del presidente Roosevelt, Eleanor. Se encontraban en Nueva York y en Ginebra y yo me encargaba de prepararles los papeles y asegurarme de que hacían el trabajo.


¿Vigilándoles? Como secretario. Yo era un joven diplomático, carecía de autoridad, pero me sobraba curiosidad. Tenía motivaciones muy profundas para que el trabajo saliera de la mejor manera. El hecho de haber acabado la guerra en tres campos de concentración era suficiente impulso para mí.


Estuvo usted en Buchenwald. Allí conocí a Jorge Semprún. Un gran amigo; guardo una anécdota de él importante. Cuando llegó al campo y le preguntaron a qué se dedicaba respondió: estudiante. "Si pongo eso", dijo el que tomaba el registro, "le matarán inmediatamente, voy a dejar las primeras letras y lo voy a transformar en estucador. Así, por lo menos, le asignarán trabajos manuales". Era lo único que buscaban. Pero volvamos a ¡Indignaos!


Me gustaría que contara el significado que para usted lleva ese término. Es una palabra que utiliza con un sentido positivo. Apela a aquellos que la sienten para contagiársela a quienes no la llevan dentro. Contiene su lado positivo, pero también sus partes oscuras.


Y si es así, ¿cómo cree que se puede contagiar su parte de luz? Le confieso que el título fue propuesto por la editora, Sylvie Crossman. Pero lo acepté inmediatamente.


¿Con su llamada imperativa? Sí, señor, y con su signo de exclamación. Es fuerte. Mucho más de lo que yo hubiera propuesto, porque no me considero un revolucionario, soy diplomático que cree en la no violencia. Busco poner a la gente de acuerdo, más que enfrentarla.


Eso es bastante radical para los tiempos que corren. Estamos rodeados de políticos que nos llevan a la guerra. ¿El diálogo es hoy revolucionario?Puede ser. Pero si nos atenemos a los significados, le diré que lo que más me convence de la palabra es que contiene otro término fundamental: dignidad. Por eso lo acepté. Cuando la dignidad se pone en cuestión es necesario reaccionar. La indignación viene del pisoteo de la dignidad que cada ser humano lleva consigo. Por eso siempre me remito a la Declaración de Derechos Humanos. En su artículo primero ya dice: Todos los seres humanos somos iguales en dignidad y en derechos.


Y ahora viene a apelar al compromiso. El nuevo libro se titula precisamenteComprometeos. Es el paso moral siguiente a la indignación. Nadie puede molestarse por que el prójimo se comprometa con algo. Puede molestarse si se rebela, si se remonta impulsivamente, eso es hacer el caldo a otros como Marine Le Pen [líder de la ultraderecha en Francia]. Lo que ella proclama es eso, pero yo apoyo la indignación en el sentido contrario. La que me sacude cuando los derechos básicos son atacados, perseguidos. Enfadarse y ya, para mí no tiene sentido. La ira no conduce a ninguna parte, debe ir seguida de compromiso.


Difícil. No propongo a la gente que se enfade sin más, sino que se pregunte cuáles son las razones que ponen en peligro esos valores fundamentales que hemos heredado y que ahora tiemblan. No es fácil, no.


Sobre todo, aclararnos en toda esta confusión. Un caldo de cultivo para diferentes indignaciones, para diferentes intereses. Al leer el libro quedan claros los valores, los peligros y los retos.


Son tres o cuatro. Empezando por los de la Revolución Francesa. Por algunos de ellos. Otros, insisto, la Declaración Universal de Derechos Humanos.


¿Los ve en la picota? Bastante, pero no olvidemos que en el tiempo en que fue redactada aquella declaración, el mundo todavía estaba amenazado por algunos totalitarismos. El fascismo había sido derrotado. Pero el comunismo pervivía. Luego se ha ido imponiendo otra ideología perversa basada en el mercado y nada más que en el mercado. Hoy, usted y yo, sufrimos sus consecuencias, las de un grupo privilegiado que busca sus beneficios a nuestras expensas. ¿Qué proponer como alternativa? La democracia real.


Bonita palabra. Confiar en depositar cada vez más poder en la gente común para que sus necesidades sean la prioridad a resolver por los Gobiernos, el primer deber. Los Gobiernos deben asegurar libertad, hermandad, igualdad y justicia social.


Y progreso. Otro concepto en crisis. Lo confundimos con progreso técnico, científico, pero no con bienestar. Absolutamente. Es algo muy sencillo, progresar significa tender a la mejoría. La palabra mejor es importante. ¿Cuál es la diferencia entre el bien y el mal? ¿Es mejor ganar dinero a cualquier precio o preservar la decencia y el honor? ¿Es mejor entrar en la espiral de un progreso científico a toda costa o guardarnos de descubrimientos que superen la dignidad del ser humano? Progreso no significa acelerarse, sino ser consciente de cuáles son los valores que ayudan a crear un mundo mejor y cuáles no. La democracia es exigente en sí. Demanda más a los políticos y logra tejer un sistema del que es difícil salir bien parado si actúas mal.


Volvamos a los claroscuros de la palabra indignación. Hubo un tiempo en que aquel sentimiento le llevó a un camino violento. ¿Qué sentía dentro, en sus tripas? No soy un tipo violento. Puedo entender qué lleva a la gente a la violencia. Pero a mí no me convence. Mi primera indignación tenía un nombre: los nazis. El fascismo de Franco y Mussolini, incluso Stalin, de quien ya tuvimos noticias de sus purgas en 1935. El totalitarismo. Además, teníamos el ejemplo de los republicanos españoles como contraposición a los comunistas más cerrados. Yo siempre me consideré demócrata, y cuando este sistema estaba en peligro me indignaba. Pero incluso dudé. Los estragos de la I Guerra Mundial nos hacían pensar a muchos que había que agotar todas las vías antes de entrar en otro conflicto. Negociar y dar la palabra a la gente de los diferentes países. Solo cuando vi claro que esta gente lo único que quería hacer era conquistar Europa con métodos violentos me convencí de que había que enfrentarse a ellos por las armas.


Pero esa indignación, físicamente, ¿era equiparable a la que siente ahora? No, entonces era joven y con ganas de luchar. Cuando llegó la hora, cuando vi que era necesario levantarme y enfrentarme a ellos, me invadió un deseo de lucha. Me enrolé en el ejército sin dudarlo. Y cuando se firmó el armisticio con los alemanes me volví a indignar. Sentí que era una deshonra y una deslealtad con los británicos. Me opuse; era inaceptable. ¿Qué podía hacer? ¿Luchar en Francia? ¿Unirme fuera a De Gaulle? Eso es lo que hice.


Y tuvo una relación intensa con él, han contado algunos. No. Yo era muy joven y un oficial de bajo rango. Pero tuve el privilegio al llegar a Londres de cenar con él en la intimidad. Me convocó. Quería saber qué pensaba de él un joven estudiante de la Escuela Normal Superior, muy prestigiosa entonces en Francia. Deseaba conocer lo que opinábamos de él los estudiantes de ese nivel.


Por lo menos, y gracias a la fortuna, también De Gaulle se indignó. Cosa que no ocurría entre una enorme parte de los franceses. Aquello fue tan extraño en un país que había levantado las banderas de la democracia en todo el mundo... ¿Qué ocurrió? Francia había sido tremendamente golpeada. Lo que había ocurrido entre mayo y junio de 1940 es algo muy raro en la historia. No solo fue una victoria militar. Fue una enorme derrota, humillante, en la que la gente tuvo que huir de sus casas hacia lugares insospechados. A muchos, el armisticio les supuso un respiro. La paz era tentadora para mucha gente, pero aquello no era paz.


¿Era una humillación? Además, había otros factores. La amenaza de los soviéticos aterrorizaba a la burguesía, mientras que los fascismos no tanto, creían que no atentaban tanto a su modo de vida. Además, los nazis garantizaban el freno a los comunistas más que nadie.


Luego, en su caso particular vino otra nueva indignación. ¡La Gestapo!


Ahí sufrió en sus propias carnes el peligro. ¿Cómo fue su detención? En el momento en que me arrestaron estaba seguro de que no sobreviviría. Me detuvieron bajo cargos de delitos criminales graves. Sabían que había llegado de Londres para reforzar la Resistencia.


Incluso, que usted era judío. Eso no lo sabían. Me conocían poco. Si se hubiesen enterado de que mi padre era un judío emigrado de Berlín, me habrían tratado de otra forma. Pero lo hicieron como a un espía de nivel. Y, ¿qué haces con un espía? Obviamente, sacarle información.


¿Bajo torturas? Efectivamente. En la bañera, ahogándome. Pero no consiguieron que delatara a nadie, y eso fue una satisfacción para mí. Después me condenaron a muerte. Afortunadamente, la justicia era lenta y me internaron en Buchenwald y la orden de ahorcarme llegó muy tarde. Ya entonces pude cambiar mi identidad con alguien que había fallecido sin que se dieran cuenta. Era una persona que no estaba condenada a muerte. Así me libré.


Me imagino que en aquellos días la indignación se había convertido en terror. No exactamente. Se transformó en algo que solo un joven patriota puede sentir. Ese convencimiento henchido en el que crees que has cumplido con tu deber y te has sacrificado por tu país.


¡Un héroe! [Risas] Le cuento algo Cuando me detuvieron cogí un trozo de papel y escribí un soneto de Shakespeare que sabía de memoria: "No longer morn for me when I am dead...". Como diciendo, si me fusilan mañana, que mi esposa sepa que no quiero luto, sino que sea feliz. Ridículo, esto siempre resulta ridículo.


Es una manera noble de enfrentarse a la muerte. La vida está llena de ironías.


Si le hubieran dicho entonces que cumpliría 93 años... ¡Y tanto! Mi siguiente indignación llegó en los campos de concentración. Yo sabía que la guerra era violenta. Pero lo que nunca pude sospechar es el grado de brutalidad al que podíamos llegar los seres humanos.


Pasó de sentirse un héroe a otro estado: el de víctima. No solo una víctima individual, sino parte de una colectividad. Porque yo, personalmente, tuve suerte. Me salvé entre un grupo de 36 condenados a muerte. Yo y dos personas más. Me enviaron a otro campo y me escapé. Cuando lo logré me volvieron a capturar y me internaron en Dora. Allí se debatían entre colgarme o darme 25 latigazos. Pero me libré de ambas cosas porque le dije al oficial que me interrogaba: Estoy seguro de que usted, que es valiente, como yo, habría intentado escapar. Lo hice, pero fallé, con lo que no les puedo causar daño. Todo eso se lo expliqué en alemán, que es mi idioma materno. Si no hubiese hablado su lengua, seguramente nadie me habría librado del castigo.


En su vida han existido también momentos de alegría. Como el de la Declaración de Derechos. Poner de acuerdo en una posición común a países tan distintos como Francia, EE UU, la URSS o Arabia Saudí sería un esfuerzo titánico. ¿Costó? Lo atestigüé de primera mano. Si no se hubiera conseguido en 1948, las tensiones posteriores lo habrían hecho imposible después. En ese momento histórico, los soviéticos se abstuvieron, Arabia, también, y así permitieron su aprobación. Fue el momento. Un texto ambicioso para la historia de la humanidad.


Supongo que en aquellos momentos su indignación dio paso a la esperanza. Pues sí. Ese momento fue de auténtica, de verdadera y gran esperanza en el entendimiento de las naciones tras la guerra. Estábamos convencidos de que aquel texto encarrilaría a buena parte del mundo en el camino de la libertad y la justicia. Pero aquello duró poco, porque después llegó otro sentimiento: la ansiedad que producía el peligro de una tercera guerra, que no sería como las otras, sino que traería consigo la catástrofe nuclear. El mundo había conocido dos horrores: el Holocausto e Hiroshima, y eso nos producía un enorme temor. Era un mundo complicado e inseguro. Sentíamos que si la ONU no conseguía éxitos en sus programas de desarrollo y respeto a los derechos humanos, todo se iría derrumbando.


¿Le queda algo del optimismo de entonces? Todavía creo que existen pequeños y lentos pasos adelante y que continuarán, con retrocesos y avances. La última década del siglo XX fue muy prometedora. Después de la caída del Muro estábamos convencidos de habernos adentrado en una nueva era. En 2000 se llegó a un acuerdo bajo la presidencia de Kofi Annan de los objetivos del milenio. Pero cayeron las Torres Gemelas... Y empezamos el siglo XXI muy mal.


Con la amenaza terrorista, pero también con la ruptura de las reglas internacionales por parte de Bush, Blair y Aznar. ¿Qué supuso aquello para el orden mundial? Aquello es parte de mi indignación presente. El hecho de que los ciudadanos sean conscientes de que estábamos dando grandes pasos adelante y esos líderes los frenaran en seco y nos colocaran en la dirección equivocada.


¿No fue aquello una especie de paripé de cruzados por la democracia que en realidad representaban una especie de fascismo travestido? Desde luego. Una de las reglas básicas a respetar en ese nuevo orden mundial que empezaba a configurarse a finales del siglo XX era el derecho internacional. Romperlo era adentrarse en lo peor.


Contra gobernantes de ignorancia supina, ¿qué se puede hacer?¡Indignarse! Necesitamos otros gobernantes, y también, compromiso de la sociedad para aupar a los más decentes. No podemos caer en esa desazón de la juventud, ni en pensar que todos los políticos son iguales, porque no es cierto. La rabia y la indiferencia no nos llevan a ninguna parte.


En su vida ha existido otra indignación persistente: Palestina. De nuevo, la ruptura de las reglas internacionales, la brutalidad impuesta, la situación en Gaza y Cisjordania aúnan todo lo que más he detestado en mi vida. Parecida a la que sentí en los campos de concentración. Siento un gran aprecio por el Estado de Israel, pero cuando su Gobierno se comporta de una manera similar a los peores Gobiernos que yo he tenido que soportar en mi vida, no puedo admitirlo y me rebelo y denuncio esos abusos cometidos por ellos con el permiso de Estados Unidos, la Unión Europea y algunas empresas involucradas en la situación. Es lo mismo que siento respecto a la incapacidad para ponerse de acuerdo sobre el cambio climático. Espero que ahora Obama, tras haber acabado con Bin Laden y ganado popularidad, pueda avanzar en ciertas cosas.


Por cierto, ¿qué opina de ese episodio? Bueno, yo me alegro de que se haya acabado con él. Era un asesino capaz de cosas espantosas. Sobre todo, de haberle dado al islam una imagen siniestra en el mundo. Y no es así. La gente de los países árabes se ha encargado en pocos meses de hacernos saber que aspiran al sentido común con sus revueltas. Pero, volviendo a Bin Laden, hubiera sido deseable otro método: la detención, un juicio.


¿Dónde queda Europa con esas amenazas de políticas antiinmigración?Justo ese es el objetivo de mi libro. Concienciar a la gente para afrontar los nuevos retos con valores dignos. No son nuestras ínfimas naciones las que están en peligro, es nuestro mundo, cada vez más amenazado por corrientes como los neocons o quienes no se mentalizan en el trato al medio ambiente. La fe en el compromiso es clave. No estamos condenados al fracaso, pero para evitarlo hay que dar un paso adelante.

AUTORIDAD MORAL

Toda una vida de lucha por el progreso, de resistencia frente a los totalitarismos, de autoridad moral, y este francés nacido en Alemania en 1917 se ha ganado el éxito y el aplauso mundial con un pequeño libro panfleto, '¡Indignaos!' (Editorial Destino, con prólogo en español de José Luis Sampedro), que ha sacudido el descontento en los países desarrollados frente a un sistema económico-político lleno de goteras.

Este judío, muy crítico con la política de Israel hacia Palestina, participó en la resistencia francesa contra los nazis, estuvo preso en varios campos de concentración y participó en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Laulauenlaseuatinta

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