15 de febr. 2011

UNAMUNO I LA LLIBERTAT D'EXPRESSIÓ


La lluita per la llibertat d'expressió ha tornat a saltar a la palestra, sobretot després de l'aprovació de la polèmica Llei Sinde que pot retallar l'ús de les noves tecnologies i fer més estret el present -com diu Àlex de la Iglesia- d'Internet, ara que la banda ampla funciona cada dia millor, malgrat els elevats preus que patim a l'Estat espanyol en quant a noves tecnologies, energia i altres sectors controlats/manipulats pels acaparadors del poder: democràcia és transparència i divisió de poders, no l'opacitat ni la concentració del poder en una petita oligarquia... Ara fa 100 anys, Don Miguel d'Unamuno va encetar una croada crítica contra el bipartidisme monàrquic del temps d'Alfons XIII i, per suposat, contra la dictadura de Primo de Rivera que va arribar amb el consentiment reial per tapar totes les malifetes dels militars espanyols al nord d'Àfrica i d'altres mancances polítiques, econòmiques i morals...


MIGUEL DE UNAMUNO, EL LÀTIGO DE EL MERCANTIL VALENCIANO

Unamuno fue condenado a 16 años de prisión y 1.000 pesetas de multa en 1920 por criticar desde su columna semanal en 'El Mercantil Valenciano' a Alfonso XIII y a su madre, la reina María Cristina.

RAFEL MONTANER (Levante, emv)

El escritor y filósofo Miguel de Unamuno (1864-1936), tal vez el intelectual más crítico con la realidad política de la España de su tiempo, fue el columnista de referencia de El Mercantil Valenciano (EMV) desde 1917 hasta que el general dictador Primo de Rivera le desterró a Fuerteventura en febrero de 1924. El que fue nombrado y destituido en tres ocasiones rector de la Universidad de Salamanca, se convirtió en el látigo de las contradicciones y miserias del régimen de la Restauración borbónica desde la primera plana de la cabecera histórica de Levante-EMV.

La firma del hombre que osó desafiar en plena Guerra Civil al mismísimo «novio de la muerte», el general Millán-Astray, al grito de «Venceréis pero no convenceréis», rubricó durante siete años la columna de apertura de la edición dominical del rotativo valenciano más perseguido por el restauracionismo al ser la voz del republicanismo moderado en el Cap i casal.

Sus críticas desde la tribuna del diario que entonces dirigía Tomás Peris Mora al corazón del sistema político creado por Cánovas del Castillo, el rey Alfonso XIII y la reina madre María Cristina de Habsburgo-Lorena, le llevaron al banquillo de los acusados de la Audiencia de Valencia tras denunciar el fiscal de la Casa Real por «injurias a la Corona» tres artículos publicados entre 1918 y 1919.

A pesar que los escritos que indignaron a la Familia Real —«El archiducado de España», «Irresponsabilidades» y «La soledad del rey», fueron denunciados el mismo día de su aparición, el juicio no se celebró hasta el sábado 11 de septiembre de 1920, casi dos años después de la aparición del primero.

El proceso, que recayó en la Sala de vacaciones de la Audiencia, se celebró a puerta cerrada y ese mismo día quedó visto para sentencia. El fiscal reclamaba para el catedrático 24 años de cárcel y una multa de 1.500 pesetas — ocho años y 500 pesetas por cada uno—. Cinco días después, el tribunal daba a conocer el fallo en el que condenaba a Unamuno a 16 años de prisión mayor y a 1.000 pesetas de multa por injuriar al monarca y a la exregente en los dos primeros artículos,mientras por el tercero le absolvía. Además, le imponía las costas a descontar de su sueldo de la universidad.

No obstante, en la misma sentencia se hacía constar que no se iba a ejecutar al quedar bajo los efectos de un real decreto de indulto sobre delitos de imprenta dictado un año antes. Pese a ello, el pensador vasco rechazó la medida de gracia y recurrió el fallo al Tribunal Supremo.

Un estorbo para la Corona
El profesor David Robertson de la Universidad de Stirling, en Escocia, destaca en un estudio sobre la obra periodística de Unamuno que éste «estaba convencido de que la intención de una sentencia tan severa era hacerle callar mientras que con el indulto el rey se hacía una imagen favorable».

En este sentido, Robertson, cita un fragmento de la correspondencia privada del escritor para apoyar este sentimiento de persecución: «... había el propósito de indultarme y que el rey apareciese magnánimo, y el de amenazar para posible reincidencia. Y se me condenó para que se me indultase».

Unamuno había comenzado a ser un serio estorbo para el Gobierno y la dinastía en 1914, tras el estallido de I Guerra Mundial. La declaración de neutralidad por parte de España y la negativa del régimen a identificarse con los aliados llevó al entonces rector de Salamanca, que para nada era un profesor «encerrado en la torre de marfil » de su cátedra, relata Robertson, a cuestionar en público un régimen compuesto por «una oligarquía de intereses rurales y financieros, que se mantenía en el poder gracias a una desvergonzada corrupción electoral y, cuando hacía falta, con el peso del ejército».

La primera consecuencia de las críticas de Unamuno contra las simpatías de la Corona y el ejército para con la causa alemana le costó su destitución fulminante como rector por orden del ministro de Educación, José Bergamín, y del propio monarca. La degradación fue contraproducente, pues el profesor redobló sus artículos en prensa con el fin de compensar la reducción de su salario. «Su fama nacional e internacional le hacían intocable y, además, era imposible hacerle callar», añade Robertson.

El escritor y el periódico valenciano cruzaron sus caminos en 1917, al encontrarse ambos en el lado de la trinchera de la causa aliada. Ese año, las potencias centrales habían lanzado un férreo bloqueo de puertos como el de Valencia, donde se abastecían los aliados. Nada más contrario a la línea editorial de El Mercantil, que era un firme defensor de los intereses valencianos, especialmente la exportación naranjera, vinícola y arrocera. Así, hace ahora 94 años, este periódico abría en portada con el artículo «La tiranía alemana en el puerto de Valencia» en el que denunciaba «la piratería tudesca contra la marina mercante española».

Robertson insiste en que Unamuno fue condenado por «airear» en los dos artículos denunciados «comentarios altamente conflictivos: los papeles públicos y privados de la Familia Real en el contexto de la guerra europea». Especialmente, los irrisorios siete barcos alemanes aceptados por España al final de la Gran Guerra como compensación alemana por los daños causados a la flota mercante española durante la contienda.

El investigador cita una información de «The Times» que en septiembre de 1916 recalcaba que Alemania había destruido 50.000 toneladas de barcos españoles, una tercera parte de la flota civil. En las columnas por las que fue castigado, Unamuno alude a otro artículo de este diario británico en el que se asegura que Alemania solicitó «la ayuda de la reina madre durante unas negociaciones que solo pueden ser desastrosas para España».


DUELO EN PRIMERA PLANA ENTRE EL CATEDRÁTICO Y EL GENERAL PRIMO DE RIVERA

R. MONTANER (Levante, emv)

El enfrentamiento entre el general Primo de Rivera y el filósofo Miguel de Unamuno que acabó con la detención y destierro a Fuerteventura de este último en febrero de 1924, bien pudo haberse iniciado cinco años antes cuando ambos se enzarzaron en un duelo dialéctico en la portada de El Mercantil Valenciano a propósito de los tribunales de honor en el ejército.

La polémica arrancó el 10 de diciembre de 1919, cuando el profesor firmó en primera plana el artículo «El ejército no es un casino». En él denunciaba el proceso abierto en base al código de honor militar para expulsar del ejército a 25 alumnos de la Escuela de Guerra por discrepar de los ideales de sus superiores.

El exrector cargaba contra el entonces capitán general de Valencia, a quien se refería con sorna como «Primo de Rivera junior», por unas declaraciones en las que éste consideraba dicho tribunal de honor «como un pleito privativo y exclusivo del arma de infantería, y que es como si en una sociedad de recreo, en un casino, vamos a decir, se les echa bola negra a unos socios cuya expulsión se propone». «¡Qué barbaridad!», apuntaba antes de aseverar que el «código del honor militar, si no se supedita a los principios de la justicia civil, que es la justicia común para todos, no es más que barbarie».

El caso Dreyfus español
Unamuno comparaba este tribunal de honor con el caso Dreyfus— el consejo de guerra al que fue sometido un capitán francés acusado injustamente de espionaje solo por ser judío— denunciado por el escritor Émile Zola en 1898.

Primo de Rivera replicó en una «carta abierta» al director del rotativo valenciano en la que afirmaba que recurría a esta via «porque no habría gallardía en destemplanzas que no pudieran conducir al riesgo de tener que sostenerlas en un terreno que de antemano supongo que el señor Unamuno rechazará», en referencia a un lance de honor.

El líder del golpe de 1923 y la posterior dictadura aceptada por Alfonso XIII, aseguraba que sus declaraciones se habían malinterpretado al ser recogidas «en la puerta del Palacio Real, al filo de la medianoche de una bien fría de diciembre, y acentúo esto para justificar que no era ocasión ni hora de profundizar mucho en el problema sobre el que se me interrogaba».

Unamuno contestó en un segundo artículo en el que afina sus dotes literarias: «Trata el señor Primo de Rivera de explicar los conceptos que le atribuí, y acaso más por mis malas entendederas que no por sus explicaderas, me he quedado más a oscuras que estaba al respecto». Tras su destierro, el catedrático se exilio en Francia hasta que en 1930, con la caída del dictador, se restableció la libertad de expresión.

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