26 de febr. 2010

ESPANYA, EN LA GUERRA FREDA CULTURAL


El Congrés per la Llibertat de la Cultura va tractar de crear un front ideològic favorable als Estats Units i polir la seua imatge. La participació d'intel·lectuals com ara Aranguren, Marías o Ridruejo fou essencial en el CLC espanyol. Autors com el mateix Miguel Delibes, Juan Marsé o Joan Fuster es beneficiaren dels ajuts del CLC. El cas espanyol fou singular per les activitats dels implicats en la política antifranquista. Els Col·loquis Catalunya - Castella foren pioners en el debat sobre la plurinacionalitat de l'Estat Espanyol. Per tant, als anys seixanta el capital nordamericà va finançar un influent grup intel·lectual de l'antifranquisme.
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JORDI AMAT (La Vanguardia, Barcelona).-

El 17 de junio de 1950, La Vanguardia informaba de la celebración en Berlín de un congreso [consultar la notícia en l'Hemeroteca] para "discutir y valorar el desafío lanzado a la libertad cultural de Occidente." Los organizadores creían que el desafío lo lanzaba la Unión Soviética. En plena guerra fría, los lectores del diario podían intuir el planteamiento político, pero difícilmente sospechar que la reunión había sido orquestada por gentes que colaboraban o trabajaban para la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense. El objetivo era claro: consolidar un frente ideológico favorable a los intereses norteamericanos.



En Berlín se pusieron los fundamentos del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), un think tank que defendió la libertad de creación y pensamiento durante veinticinco años. Pero de entrada, sobre todo, trató de pulir la imagen de Estados Unidos fundamentando alternativas al comunismo. En aquella tupida red quedaron ligados grandes nombres de las letras del siglo XX. Hoy, en su web, la CIA afirma que la operación, secreta para la mayoría de los que participaron en ella, fue un éxito.

El CLC, cuya sede se ubicó en el París dominado por el existencialismo comprometido de Sartre, era una organización bien estructurada. Contaba con una presidencia de honor integrada por prestigiosos demócratas –Croce, Maritain, Jaspers, Madariaga...–, las decisiones las tomaba un comité ejecutivo formado por un grupo de intelectuales cómplices con la idea fundacional y el trabajo lo dirigían el secretario general –el compositor Nicolas Nabokov, primo del novelista– y un secretario ejecutivo –Michael Joselsson, el cerebro gris–. El CLC impulsaba la cultura y la defendía. Basaba su fama en sus seminarios internacionales y el patrocinio de revistas de alto nivel. Concedía becas (Miguel Delibes, por ejemplo, recibió una para viajar a París), protegía a intelectuales represaliados (se ofrecieron a José María Valverde cuando dimitió de su cátedra) y amparaba comités nacionales que diseñaban su programa. Fundaciones norteamericanas lo pagaban todo.

CONTACTOS
España entró tarde en la órbita del CLC. La bisagra fue Julián Gorkin, un exiliado. Como tantos otros miembros de la organización, era un converso. Político y periodista, traumatizado por las purgas sufridas por su partido –el POUM– durante la Guerra Civil, había evolucionado de la militancia comunista a la socialdemocracia, el europeísmo y un antiestalinismo obsesivo. A finales de los años cuarenta, tras haber vivido en México, volvió a Europa y se instaló en París, donde se enroló en el CLC para organizar su desembarco en América Latina. No era una tarea fácil. La política norteamericana en el sur del continente no se ha caracterizado por la voluntad democratizadora, pero Gorkin logró fundar varios comités nacionales y desde 1953 fue el alma en París de la revista Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura.

En Cuadernos, de entrada, como en la mayoría de las revistas del exilio, la presencia de autores del interior de España era inexistente. Los primeros números reproducían artículos de otras tribunas del CLC y textos escritos por latinoamericanos y españoles exiliados. Pero a partir de 1955 se produjo un cambio. Cuadernos descubrió el esfuerzo meritorio de regeneración de Pedro Laín, José Luis Aranguren, Julián Marías y Dionisio Ridruejo, otro converso, que fue identificado por el CLC como un líder de la oposición intelectual. Una oposición en la que se infiltraba el Partido Comunista, predicando la fundamental política de reconciliación entre los españoles. Así se lo parecía a un Gorkin que a finales de 1957 redactó un informe presentando los grupúsculos democráticos operativos en España, pero alertando también de que "Moscú ensayaba una operación de gran envergadura". Por ello invitaba al CLC a intervenir para lograr "la reconquista española de las libertades culturales y los derechos humanos".

"La única gente que no tiene ayudas en España es la gente liberal y democrática, por lo que hay que ofrecerles un instrumento", le escribiría Gorkin a Ferrater Mora. A Gorkin los dirigentes del CLC le hicieron caso. No tanto por el pánico comunista, que en Europa Occidental se iba deshinchando, sino porque el CLC se transformaba en un centro de apoyo a la cultura amenazada por los totalitarismos, y en España lo estaba desde hacía veinte años. Como contó Jordi Gracia (experto en la materia), a finales de 1958 Pierre Emmanuel –poeta francés, destacado actor de la resistencia al nazismo y director literario del CLC– se entrevistó con Ridruejo para invitarle a un seminario sobre europeísmo que iba a celebrarse en la Provenza. Lo tutelaba el CLC y lo sufragaba la poderosa Fundación Ford. El verano de 1959 una delegación del interior asistió al coloquio y allí empezó a perfilarse el comité español del CLC, constituido un año después en Copenhague.

Presidía el comité Laín, Josep Maria Castellet era el secretario (los dos compatibilizaban el cargo con sus profesiones) y Emmanuel enlazaba con París. Los otros integrantes eran Aranguren, Marías, Ridruejo, el poeta José Luis Cano, el arquitecto Fernando Chueca (segundo presidente), el notario Carlos María Bru y una delegación catalana formada, además de Castellet, por Lorenzo Gomis y Marià Manent; poco después se incorporaron Buero Vallejo, Tierno Galván y José Luis Sampedro. El protagonismo que varios de ellos tenían en la oposición se reforzó con su cohesión. En una época de manifiestos, agitación universitaria y revalorización del género del ensayo, aquellos catedráticos e intelectuales dispondrían de información y dinero para impulsar una hegemonía integrada en una red internacional. Además, como propina, recibirían libros y revistas enviados desde París sólo por ser miembros del comité.

FRENTE POLÍTICO
Lo singular del caso español es que el apoyo del CLC tuvo dos frentes. Por una parte, protegía la actividad del comité. Pero por otra parte, al mismo tiempo, daba cobertura (económica pero no orgánica) al Centro de Estudios y Documentación que dirigía Gorkin y cuyo propósito era estrictamente político. En sus excelentes memorias Gosar no mentir, Francesc Farreras –converso del falangismo a la socialdemocracia– relata la reunión celebrada a petición de su jefe –Gorkin– para exponer la necesidad de crear el centro y a la que acudieron Josselson y sabios del CLC (Madariaga, Raymond Aron, Denis de Rougemont, Ignazio Silone). En noviembre de 1959 Gorkin invitó a estrellas del exilio liberal a integrarse en el consejo de honor del centro. Dieron el sí Bosch Gimpera, Pau Casals, Ferrater Mora, Jorge Guillén o Ramón J. Sender.

Durante su primer periodo de existencia, el centro se limitó a editar un modesto boletín que informaba de la represión de la dictadura y la realidad española. Pero pronto dio un gran golpe al implicarse en el contubernio de Munich. En aquella reunión del Movimiento Europeo de 1962 se reunieron por primera vez vencedores y vencidos de la Guerra Civil, todos comprometidos ya con la oposición. Monárquicos, socialistas, liberales, nacionalistas y democristianos frenaron la entrada de España en la Comunidad Europea y consensuaron una resolución que puede leerse como la hoja de ruta que llevaría a la democratización del país. La dictadura, que no supo gestionar su derrota, acertó al señalar a Gorkin como responsable de la operación. Camilo Alonso Vega –ministro de la Gobernación– dijo en las Cortes que el centro había recibido setenta y cinco mil dólares para montar aquel tinglado.

A algunos de los represaliados por haber asistido al contubernio –a Ridruejo y sus colaboradores– el CLC los sostuvo en París durante un periodo más o menos largo de exilio forzoso. Fue una temporada de conspiración frenética. A cuenta del centro cavilaron estrategias para explicar la verdad: redactaron papeles demoledores contra la dictadura, idearon una radio y pusieron todas sus esperanzas en una revista concebida como arma de lucha contra el régimen. Se llamó Mañana, Ridruejo la comandó desde su retorno a Madrid en 1964 y la dirigía con Gorkin, pactando sus contenidos por carta. Mañana se escribía en España (sus colaboradores firmaban con o sin pseudónimo), se imprimía en París y se introducía clandestinamente otra vez en España. Aunque algunos envíos los decomisó la policía y apenas duró dos años, sus 16 entregas constituyen la mejor crónica sobre los abusos del gobierno y los esfuerzos de la oposición por derrocarlo. Pero en 1966, limada la financiación, la revista embarrancó. Cuando se destaparon las amistades peligrosas entre la CIA y el CLC, el centro cerró sus puertas.

FRENTE CULTURAL
La actividad del centro se desarrollaba en paralelo a la del comité español en Madrid. Su actuación reproducía a pequeña escala el programa general de toda la institución. Durante su fase constitutiva concedieron becas para proyectos de creación –las primeras las recibieron, entre otros, Joan Fuster, Tierno Galván, Alfonso Carlos Comín o Luis Felipe Vivanco– y bolsas de viaje –pronto se beneficiaron de ellas Albert Manent (para entrevistar a Carner en Bruselas) o Juan Marsé (que concibió en París Últimas tardes con Teresa)–. En 1961 organizaron en Madrid el primer seminario: Soluciones occidentales a los problemas de nuestro tiempo. El título era de por sí una provocación. Para los asistentes, pocos (los miembros del grupo y pensadores europeos ligados al CLC), la solución, y así lo dijeron, era la democracia. Lo mismo se dijo en Munich un año después.

El contubernio también aceleró la maduración del comité. Como supo ver Tierno Galván, Munich marcó un punto de no retorno: "El centro de gravitación política ha pasado al interior". Por ello, en París, los ridruejistas apostaron por convertir el comité en una auténtica plataforma de promoción democrática en España. Para lograrlo, uno de ellos debía dedicarse full time al proyecto. El elegido fue Pablo Martí-Zaro, que volvió a Madrid a finales de 1962 y fue nombrado secretario del comité. "Con un pequeño local en el edificio España, un teléfono, una secretaria y un liberado al frente, que soy yo", escribía Martí-Zaro en unas páginas autobiográficas, el grupo empezó a ser operativo. A partir de aquel momento, regularmente, se reunirían en Madrid para dar continuidad a su actividad. La primera acta de reunión que he consultado está fechada el 10 de diciembre de 1962. De su lectura se desprende un claro afán por intervenir en la vida de las ideas del momento. Se trazó un programa de futuro ambicioso: instauración de un premio de ensayo, planificación de los fascículos Tiempo de España que dirigiría Aranguren y fijación de criterios para conceder bolsas de viaje y becas (las recibirían, entre otros, Carmen Martín Gaite o Josep Benet).

También se empezó a perfilar un congreso sobre el realismo. La idea era de Emmanuel y encajaba con las tesis del CLC: impugnar el prestigio que la estética del realismo socialista gozaba entre los jóvenes escritores españoles. Tras una suspensión motivada por el ajusticiamiento de Julián Grimau –miembro del comité central del Partido Comunista–, se celebró en octubre de 1963 y tuvo como momento estelar el debate entre Mary McCarthy y Luis Martín-Santos. Pero la puesta de largo del comité la agrió la tensión política. Horas antes del inicio discutieron Aranguren –presidente del coloquio– y José Bergamín –escritor retornado del exilio y atosigado por la maquinaria de desinformación franquista que lo eligió como cabeza de turco entre los firmantes de un manifiesto de protesta por la represión contra mineros asturianos–. Ante aquel asedio, Bergamín se exilió de nuevo. Pero el caso se enredó. Desde la guerra Bergamín era una de las bestias negras de un Gorkin que a finales de 1963 denunció su militancia comunista en una carta pública dirigida a Emmanuel. El ministro Fraga se aprestó a reproducirla en los medios que controlaba. Emmanuel, amigo de Bergamín, marcó distancias con el comité español.

Aquel coloquio fue atípico en la vida del comité. Un debate sobre estética era interesante, pero el grupo español privilegió siempre la elaboración de ideología. La mayoría del presupuesto se destinó a promocionar ensayo y organizar encuentros para debatir programas políticos de futuro. Con esta mentalidad se concibieron seminarios sobre el desarrollo regional o las ideologías contemporáneas y así se concibieron los Coloquios Cataluña-Castilla, un ágora (clandestina) para pensar cómo podía estructurarse la plurinacionalidad del Estado. Aunque el tema programado podía ser el análisis de la situación de la lengua catalana (se le encargó un estudio al profesor Badia i Margarit), Le Monde definió aquellos encuentros como reuniones de la oposición. No es extraño que la Brigada Social los vigilase, y, por ello, en 1965 se blindaron, transformando el grupo en una sociedad anónima: Seminarios y Ediciones. Como me contó Roselyne Chenu –secretaria de Emmanuel–, el capital era francés y franceses eran el presidente y vicepresidente. Martí-Zaro actuó como consejero delegado y los miembros del comité, en teoría, formaban un consejo asesor. Aunque París no censuró dicha politización, la cuestionó y criticó el bajo rendimiento del grupo. Para Emmanuel, en tiempos de recortes presupuestarios del CLC, la prioridad de los españoles debían ser las relaciones con el grupo portugués. Pero el replanteamiento se encabalgó con la crisis del CLC.

CULTURA Y ESPIONAJE: VASOS COMUNICANTES
Los tiempos habían cambiado. Quince años después de su creación, congelada la lógica maniquea de la guerra fría y con la consolidación de una crítica en el interior de Estados Unidos contra su política exterior, emergió la cara oscura del CLC. El 28 de abril de 1966 The New York Times afirmaba que la CIA había dirigido el mecenazgo de varias fundaciones norteamericanas. Una de las entidades beneficiarias era el CLC. "La acusación es falsa, pero es grave", registró José Luis Cano en su dietario. Él, Laín, Ridruejo, Chueca, Manent y Martí-Zaro se reunieron de urgencia para redactar una carta de apoyo a la organización. Pero los vasos comunicantes entre cultura y espionaje se confirmaron, como pudo leerse en The New York Herald Tribune y Le Monde. "Sin duda recibiremos noticias sobre este tema", dijo Manent a Chenu. Y aunque a finales de febrero de 1967 Emmanuel lo seguía negando, las investigaciones acabaron por imponerse. El 16 de mayo Emmanuel escribió a los miembros del comité español disculpándose. Hasta aquel día su buena fe le había impedido creer que el peso de la CIA en la financiación del CLC era tan importante.

El trauma repercutió en España y Castellet aún recuerda la indignación de Buero Vallejo, que abandonó el grupo. Seminarios y Ediciones tendió a nacionalizarse sin cortar su relación con la Asociación Internacional por la Libertad Intelectual (así se rebautizó el Congreso), pero el grupo perdió cohesión y legitimidad. La oposición, además, se escoraba hacia posiciones de izquierda radicalizada y el talante liberal del comité pareció caduco. Sobrevivió organizando reuniones a puerta cerrada y transformándose básicamente en una editorial. Durante la primera mitad de los años setenta publicó 80 ensayos en la colección Hora H (la hora del fin de la dictadura). Aunque los autores fueran de prestigio (Cela o Castilla del Pino), aunque casi todos los miembros del comité mandaron originales (siempre de segunda), comercialmente la operación fue un desastre. El resto de actividades de la empresa, financiadas aún por el CLC, ya era poco más que residual. Se acumularon pérdidas, se sucedieron ampliaciones de capital. La muerte de Ridruejo fue la puntilla. Martí-Zaro, cada vez más solo y cuestionado, asumió el grueso del trabajo. Con la llegada de la transición, cuando la aventura terminó, a él le tocaría también asumir las deudas.
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Congreso por la Libertad de la Cultura
La intervención del Congreso por la Libertad de la Cultura en la vida intelectual europea tras la Segunda Guerra Mundial fue determinante. Su historia ha sido en buena parte reconstruida, y Francis Stonor Sounders la divulgó en un libro polémico: "La CIA y la guerra fría cultural" (Debate). Pero sus conexiones con el antifranquismo son poco conocidas. Biografías y memorias aportan pistas valiosas sobre el episodio, pero faltaba contar con detalle cómo dólares norteamericanos financiaron a uno de los equipos intelectuales más influyentes de la España de los años sesenta. Documentación inédita nos permite ahora trazar una aproximación

Toledo, 1965
En 1964 el comité español del CLC convocó a un grupo de intelectuales en casa de Fèlix Millet (padre) para iniciar los Coloquios Cataluña-Castilla. El propósito era examinar los problemas derivados de la convivencia de comunidades diferenciadas en España. La segunda reunión se celebró en 1965 en la casa de Fernando Chueca. Marià Manent, impulsor del proyecto, consideró que los objetivos se habían cumplido cuando Tierno Galván, tras escuchar a Ernest Lluch y Maurici Serrahima, reconoció que su teoría sobre la incompatibilidad del sentimiento nacionalista con la lucha de clases era infundada. "Prejuicios peligrosos se han desvanecido", le confesaba Manent por carta a Pierre Emmanuel.

Los hombres clave del CLC

Dionisio Ridruejo (1912-1975). Tras haber colaborado en la construcción del estado cultural franquista y haber defendido los totalitarismos con el fusil y lapalabra, Ridruejo –uno de los grandes prosistas españoles de la segunda mitad del siglo XX– inició un proceso de rectificación ideológica que lo llevó a la oposición contra la dictadura y lo convirtió en intelectual de referencia desde mediados de los cincuenta, momento en el que su nombre entró en los círculos del Congreso por la Libertad de la Cultura.

Salvador de Madariaga (1886-1978). No ha habido español con mayor prestigio en organizaciones mundiales que él. Escritor y diplomático, activo ya en la Sociedad de Naciones de la década de los veinte, tras la Segunda Guerra Mundial este catedrático de la Universidad de Oxford y antifranquista de primera hora presidió la Internacional Liberal, fue dirigente del Movimiento Europeo (brilló en el "contubernio") e integró la presidencia de honor del Congreso por la Libertad de la Cultura.

Julián Gorkin (1901-1987). Con su encarcelamiento tras los Fets de Maig de 1937 por militar en el POUM, este hombre de acción cambió para siempre. Exiliado y antifranquista pugnaz, combatió el estalinismo documentando su intervención en la guerra. A finales de los años cuarenta, procedente de México, se instaló en París y ahondó en sus obsesiones. Participó en la fundación del europeísta Movimiento Socialista y trabajó en el Congreso por la Libertad de la Cultura, dirigiendo la sección hispanoamericana.

Pierre Emmanuel(1916-1984). Desde muy pronto Noël Mathieu (conocido por su pseudónimo, Pierre Emmanuel) tuvo contactos con España. Profesor y poeta católico, que tuvo como padrino de boda a José Bergamín, puso su pluma al servicio de la resistencia durante la ocupación nazi y trabajó en la sección inglesa de la Radio Televisión Francesa tras la Segunda Guerra Mundial. En 1958 entró en el Congreso por la Libertad de la Cultura para impulsar un programa de apoyo a los intelectuales españoles del interior.

Pablo Martí-Zaro (1920-2000). Este funcionario del Estado con vocación de escritor (algunas de sus obras de teatro se escenificaron) fue hombre de confianza de los proyectos políticos de Ridruejo desde la segunda mitad de los cincuenta. Como Madariaga, Gorkin y Ridruejo, en 1962 participó en el "contubernio de Munich". Perdió por ello el trabajo, pero se incorporó así a destacadas plataformas de la oposición y fue el secretario del comité español del Congreso por la Libertad de la Cultura.
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