"Yo luchaba... y me obligaban a pagar los sellos de las cartas" (Andreu Canet, superviviente de la batalla del Ebro, hace 74 años...)
Tengo 91 años. Nací en Barcelona y vivo en Cardedeu. Vendía encendedores y estilográficas, y ya llevo 30 años jubilado. Estoy viudo, he tenido dos hijos y tengo cuatro nietas. ¿Política? Un montaje. ¿Dios? Tengo fe, con reservas. Sobreviví a la batalla del Ebro, con sólo 17 años. . .
Me hicieron llevar una manta, una muda, un plato, un vaso, una cuchara y un tenedor. Iba en alpargatas.
¿Guerra en alpargatas?
Sí. Tenía 17 años. Éramos pobres: mi padre era jornalero en el Poblenou. Mi madre vio marchar a sus cuatro hijos a la guerra...
¿Cómo vivió su primera batalla?
Una tarde de mayo, en el frente del Segre: en mi batallón éramos 130, y volvimos 48.
¿Pasó miedo?
El olor a pólvora y el estruendo te insensibilizan, avanzas, las balas silban... Mi amigo Carbonell se lamentaba: "Me matarán, me matarán", y yo le calmé: "No, ponte detrás de mí". Al poco rato una bala le mataba. "¡Tú sigue adelante!", me chilló el capitán.
Nada de debilidades y retrocesos.
Dos hermanos se fugaron a casa tras la batalla. Su padre se asustó: "Volved y pedid perdón". Al llegar, los fusilaron ante nosotros.
¿Estuvo en el piquete de ejecución?
No, tuve suerte. A un teniente le fusilaron porque le oyeron decirnos: "Pobres nanos, tan petits i us porten al matadero". ¡Por derrotista! Poco después nos metían en camiones: pensábamos que volvíamos a casa. La noche del 2 de agosto cruzamos el Ebro y caminamos hacia Ascó, Flix, Riba-roja, Fayón, La Pobla de Massaluca...
Es mucho caminar...
Casi 40 kilómetros en un día: estaba fuerte, cargaba unos 30 kilos entre el fusil, 150 balas, mochila con ropa, manta, pala, un macuto con 6 granadas... Aún lo conservo, mire: lo usaba de almohada. Íbamos exhaustos.
¿Qué era lo peor?
Los compañeros agonizantes llamando a sus madres, los muertos, no dormir, el hambre, la sed... He bebido mis orines, con los que llenaba la cantimplora. Un día bebimos de una balsa putrefacta y luego descubrimos el cadáver de un soldado en el fondo.
¿Qué batalla recuerda más?
En Vilalba dels Arcs matábamos a requetés franquistas, carlistas catalanes: luchaban cantando el Virolai... Les dimos tregua para que pudiesen enterrar a sus muertos.
¿En qué momento temió por su vida?
Casi me fusilan por un sargento vengativo.
¿Qué pasó?
Mientras caminábamos, él comía pan a mi lado. Yo salivaba y le pedí un poco. "¿Crees que soy tu padre?", me contestó. Me pidió un cigarrillo y le respondí igual. Y me amenazó de muerte. Y casi consigue matarme.
¿Cómo lo hizo?
Una noche nos turnábamos todos cavando una trinchera y haciendo guardias. Durante mi guardia, me dormí. Se acercó en silencio y me robó el fusil. Hizo ruido y me desperté. A pocos metros, rio: "¡Ya te he jodido".
¿Por qué le había fastidiado?
Dormirme en una guardia y perder el fusil: ¡pena de muerte! Saqué una granada de este macuto y le dije: "Cuento hasta tres y te tiro la granada si no sueltas antes el fusil: ¡uno...!".
¡Menuda tensión en las trincheras!
Le acompañaba un soldado joven que se asustó y le imploró que me devolviese el fusil, y lo hizo. Pero me denunció...
¿Cómo se salvó de que le fusilasen?
Dada mi buena hoja de servicios, el capitán rompió la denuncia.
¿Qué fue del sargento vengativo?
Ni lo sé ni quiero saberlo.
¿Qué fue lo mejor de su guerra?
El compañerismo: nos ayudábamos, repartíamos lo que teníamos. Y cuando me bajaron a Amposta, a suplir a las Brigadas Internacionales: ¡ah, qué sosiego había allí!
¿Las brigadas no se jugaron la piel?
Comían bien, bebían bien... Les han hecho muchos homenajes, y a nosotros..., ¡nada!
¿Cómo acabó su guerra?
Un mando del Estado Mayor me encañonó y me ordenó: "¡Tú y tus hombres, defended esta posición!". Y él huyó corriendo. Ya teníamos encima a los moros de Franco...
¿Y qué hizo usted?
Miré a mis hombres: "Si él tiene miedo, a nosotros nos sobra: ¡vámonos!". No quise que murieran. Y corrimos. "¡Rojillo, rojillo!", gritaban los moros, disparándome.
Pero se salvó una vez más.
Oculto en una balsa de abono. Al anochecer caminé junto a un compañero y, al alba, unos tanques franquistas avanzaron hacia nosotros. Mi amigo les tiró una bomba de mano, falló..., y un tanque le aplastó.
¿Lo vio usted?
Su esqueleto por un lado, la carne y las tripas por otro: me desmayé. ¡Eso me salvó!
¡De nuevo! ¿Por qué?
Unos legionarios pasaron junto al que creyeron mi cadáver, sin tocarme. Cuando volví a caminar, los vi delante de mí y me entregué: "Suelta tu fusil", me ordenaron. No pude: no me lavaba la cara, ¡pero bruñía cada día mi fusil! Era parte de mí. Al final lo solté.
¿Y qué le hicieron?
Sin saberlo, yo tenía tifus y pesaba unos 30 kilos. Daba tanta pena que un legionario me dijo: "Para que veas que no te haremos nada, voy a darte un abrazo". ¡No lo olvidaré!
Se le humedecen los ojos...
Un obús republicano me dejó sordo de un oído, y me dieron la extremaunción..., pero sobreviví. Tuve que hacer la mili para Franco, y pude volver a visitar a mi madre...
Se emociona usted...
Sí. Al verme, se me desmayó en los brazos.
¿Qué enseñanza extrajo de su guerra?
Que el mundo está lleno de vividores: yo luchaba... y mis gobernantes me obligaban a pagar los sellos de las cartas a mi madre.
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Mi tío Josep Amela, de la quinta del biberón, fue herido en La Pobla de Massaluca el día en que cumplía 18 años, el 1 de agosto de 1938. Fue evacuado y así salvó la vida: curado y a punto de ser reenviado al frente, se hizo guardia de asalto para no regresar al horror. Murió hace diez años y nunca habló de lo vivido en el Segre y el Ebro, donde murieron 100.000 personas. Por eso entrevisto cada 25 de julio a un superviviente de su quinta, chavales de 17 años enviados al matadero. Quedan pocos, y los que siguen lúcidos abominan de quienes los enviaron a morir en alpargatas y son escépticos ante la humanidad, de la que conocen la peor cara. Pese a todo, decidieron aferrarse a la vida... (Víctor M. Amela).-