La història ha estat, tradicionalment, manipulada al servei del poder fins l'arribada de les noves tecnologies de la informació i la comunicació que, als darrers anys, estan demostrant sobradament la persistència de la Història a l'hora de condicionar el present. La Història amb majúscula, per tant, no és un simple relat del passat per sintetitzar-la als manuals i llibres de text o una matèria d'arxiu i de retirada als museus.
En aquests temps tan difícils per l'economia, les llibertats i els drets aconseguits per la ciutadania al llarg de la història, ningú ens pot negar als valencians que hem comptat amb institucions pròpies de govern abans del naixement de l'actual Espanya (malgrat el nul reconeixement polític, al negar-nos la condició d'autonomia històrica al 1982) i al marge de tendències centrífugues uniformitzadores que només aspiren a negar l'evidència d'una rica història peninsular on la diversitat de regnes independents, llengües autòctones, contrastos paisatgístics i climàtics i, fins i tot, legislacions diverses que han arribat fins el segle XXI (mai hi ha hagut una uniformització legislativa a l'Estat Espanyol ni abans ni després de la Constitució de Cadis, ni al segle XIX, ni al XX, ni al XXI).
El paper de l'historiador, per tant, consisteix en interrelacionar les evidències passades i presents per encarar el futur amb propostes objectives i no tant partidistes i/o polititzades com ens tenen acostumats per aquest país valencià que va ser regne i, ara mateix, no se sap si va cap a la consolidació o la dissolució de l'autonomia (una institució política a mig camí entre el centralisme i el federalisme que, per la seua pròpia substància formal, mai ha estat ni carn, ni peix). Sobre la important missió social de la Història i dels historiadors, us enganxe aquest interessant article que ve a continuació (A.P.F.).
por JUSTO SERNA.
Uno. El futuro ya está aquí. ¿Para qué sirve un historiador?, nos preguntamos. No es cuestión secundaria,
pero antes deberíamos preguntarnos qué es un historiador. Permítanme esta pedantería etimológica. El origen de la palabra ya lo dice todo: histor, en griego clásico, significa el que sabe, el que ve, el que investiga.
Un histor es alguien que observa y justamente porque observa está en disposición de relacionar hechos humanos. Es alguien que procura documentarse para tal fin. Es alguien que busca testimonios paraobtener versiones de esos acontecimientos.
El histor sabe que no todos saben lo mismo, que no todos dicen lo mismo, que no todos conciben lo mismo. Es por eso por lo que ha de recopilar datos y relatos. ¿Para qué? Para poner en orden las informaciones y para contar las cosas con la mayor imparcialidad posible, con la mayor erudición posible. Con el máximo de rigor, vaya.
Tener una visión fundamentada del pasado te ayuda a sobrevivir, a soportar mejor lo que pasa. Tener un relato documentado de lo pretérito te alivia y te complica. Te alivia porque te hace ver que muchos de tus problemas son equivalentes o parecidos a los de los antecesores. Eso no significa que te consueles. Significa que tu crisis o tu dolor no son novedades jamás vistas. Los antepasados tuvieron que soportar ultrajes mayores, estrecheces inconcebibles, persecuciones sin cuento.
Conocer todo eso no te conforma, pues te hace ver los problemas en contexto y en proceso. Pero conocer todo eso, según decía más arriba, te complica. Cuando crees saber por qué pasa lo que pasa, cuando crees saber cuál es el proceso y el contexto de lo que ocurre, entonces –justamente entonces— descubres que la realidad humana está sometida a factores diversos; descubres que no hay una causa que todo lo explique; descubres que hay una parte previsible en el comportamiento individual y colectivo y que hay un lado azaroso, impredecible, en los actos humanos. Hacemos cosas con un fin, con una meta. ¿Y…? Como hay otros que también las hacen, la composición o el resultado no siempre pueden profetizarse.
Por tanto, el futuro es algo extraño, resistente, insólito. Estamos habituados a porvenires de ciencia-ficción: de tecnología punta y con humanos robotizados, vestidos con indumentarias plateadas o metálicas, con cascos que aíslan. Ustedes me perdonarán, pero digo futuro y pienso en Stanley Kubrick. Estamos acostumbrados a pensar el porvenir como algo deshumanizado. La literatura y cine nos han familiarizado con esas utopías negativas. En realidad, lo que anticipamos no es más que una suma de miedos bien presentes, un repertorio de males, de perversidades actuales que proyectamos con pánico en un futuro que ya no nos pertenece.
¿Tienen algo que decir los historiadores? O en otros términos: ¿pueden los historiadores anticipar lo que nos va a ocurrir? Si saben tanto del pasado, algo podrán predecir, ¿no es cierto? Los investigadores que han acumulado datos e informes de los hechos pretéritos aventuran un discurrir posible, pero a la vez sospechan el fracaso de sus predicciones. Lo que los humanos hagan dependerá de lo que quieran hacer y sobre todo de la composición y de los efectos imprevisibles que tengan sus actos sumados.
Uno. El futuro ya está aquí. ¿Para qué sirve un historiador?, nos preguntamos. No es cuestión secundaria,
pero antes deberíamos preguntarnos qué es un historiador. Permítanme esta pedantería etimológica. El origen de la palabra ya lo dice todo: histor, en griego clásico, significa el que sabe, el que ve, el que investiga.
Un histor es alguien que observa y justamente porque observa está en disposición de relacionar hechos humanos. Es alguien que procura documentarse para tal fin. Es alguien que busca testimonios paraobtener versiones de esos acontecimientos.
El histor sabe que no todos saben lo mismo, que no todos dicen lo mismo, que no todos conciben lo mismo. Es por eso por lo que ha de recopilar datos y relatos. ¿Para qué? Para poner en orden las informaciones y para contar las cosas con la mayor imparcialidad posible, con la mayor erudición posible. Con el máximo de rigor, vaya.
Tener una visión fundamentada del pasado te ayuda a sobrevivir, a soportar mejor lo que pasa. Tener un relato documentado de lo pretérito te alivia y te complica. Te alivia porque te hace ver que muchos de tus problemas son equivalentes o parecidos a los de los antecesores. Eso no significa que te consueles. Significa que tu crisis o tu dolor no son novedades jamás vistas. Los antepasados tuvieron que soportar ultrajes mayores, estrecheces inconcebibles, persecuciones sin cuento.
Conocer todo eso no te conforma, pues te hace ver los problemas en contexto y en proceso. Pero conocer todo eso, según decía más arriba, te complica. Cuando crees saber por qué pasa lo que pasa, cuando crees saber cuál es el proceso y el contexto de lo que ocurre, entonces –justamente entonces— descubres que la realidad humana está sometida a factores diversos; descubres que no hay una causa que todo lo explique; descubres que hay una parte previsible en el comportamiento individual y colectivo y que hay un lado azaroso, impredecible, en los actos humanos. Hacemos cosas con un fin, con una meta. ¿Y…? Como hay otros que también las hacen, la composición o el resultado no siempre pueden profetizarse.
Por tanto, el futuro es algo extraño, resistente, insólito. Estamos habituados a porvenires de ciencia-ficción: de tecnología punta y con humanos robotizados, vestidos con indumentarias plateadas o metálicas, con cascos que aíslan. Ustedes me perdonarán, pero digo futuro y pienso en Stanley Kubrick. Estamos acostumbrados a pensar el porvenir como algo deshumanizado. La literatura y cine nos han familiarizado con esas utopías negativas. En realidad, lo que anticipamos no es más que una suma de miedos bien presentes, un repertorio de males, de perversidades actuales que proyectamos con pánico en un futuro que ya no nos pertenece.
¿Tienen algo que decir los historiadores? O en otros términos: ¿pueden los historiadores anticipar lo que nos va a ocurrir? Si saben tanto del pasado, algo podrán predecir, ¿no es cierto? Los investigadores que han acumulado datos e informes de los hechos pretéritos aventuran un discurrir posible, pero a la vez sospechan el fracaso de sus predicciones. Lo que los humanos hagan dependerá de lo que quieran hacer y sobre todo de la composición y de los efectos imprevisibles que tengan sus actos sumados.
Es un evento organizado por la Universitat de València y El País. Fontana regresa a Valencia, a cuya Universidad perteneció. Es un historiador prestigioso y polémico. Es prestigioso porque le avalan años y años de investigación. Sabe, como nadie, husmear la novedad historiográfica y sabe por dónde vendrán dadas las novedades de la investigación. Es polémico porque no es un estudioso recluido en su gabinete, porque no es un académico que guarde silencio. Siempre que puede y le dejan dice la suya y eso que dice suele provocar, incordiar.
Hace pensar. A mí particularmente me ha hecho pensar desde hace años. A veces, sus intervenciones me han obligado a cavilar a la contra: a la contra de lo que él dice. En principio, casi todo lo que sé de historiografía lo aprendí de sus textos, de sus recomendaciones. Sin ir más lejos: descubrí a Edward Hallet Carr, que hoy es un historiador canónico, gracias a él. Y seguramente estudié el desarrollo de la historiografía a partir de los libros que Fontana iba publicando: incluso para –modestamente– oponerme a sus veredictos.
No voy a poder asistir a su conferencia, cosa que lamento. Si ustedes pueden, no se pierdan su charla. “La semana pasada me pidieron en un diario de Barcelona que opinase acerca de cómo sería dentro de cinco años este capitalismo con el que nos ha tocado vivir”, leo en un texto que reproduce una conferencia anterior de Josep Fontana. “Y lo que respondí fue que eso dependía de nosotros: que lo que tengamos dentro de cinco años será lo que habremos merecido”.
El historiador se mete en harina y hace pronósticos a partir de qué cosas: a partir de la acción humana, tan caprichosa, tan imprevisible.
El futuro ya está aquí. ¿Y el presente? El presente es la historia de una crisis, de un cierre. En el casco que nos hemos puesto, en la pantalla que parpadea, se reflejan los circuitos neuronales de la computadora.
Ay.
Hace pensar. A mí particularmente me ha hecho pensar desde hace años. A veces, sus intervenciones me han obligado a cavilar a la contra: a la contra de lo que él dice. En principio, casi todo lo que sé de historiografía lo aprendí de sus textos, de sus recomendaciones. Sin ir más lejos: descubrí a Edward Hallet Carr, que hoy es un historiador canónico, gracias a él. Y seguramente estudié el desarrollo de la historiografía a partir de los libros que Fontana iba publicando: incluso para –modestamente– oponerme a sus veredictos.
No voy a poder asistir a su conferencia, cosa que lamento. Si ustedes pueden, no se pierdan su charla. “La semana pasada me pidieron en un diario de Barcelona que opinase acerca de cómo sería dentro de cinco años este capitalismo con el que nos ha tocado vivir”, leo en un texto que reproduce una conferencia anterior de Josep Fontana. “Y lo que respondí fue que eso dependía de nosotros: que lo que tengamos dentro de cinco años será lo que habremos merecido”.
El historiador se mete en harina y hace pronósticos a partir de qué cosas: a partir de la acción humana, tan caprichosa, tan imprevisible.
El futuro ya está aquí. ¿Y el presente? El presente es la historia de una crisis, de un cierre. En el casco que nos hemos puesto, en la pantalla que parpadea, se reflejan los circuitos neuronales de la computadora.
Ay.